Eloy es un oficial notificador del Poder Judicial. Se dedica a repartir documentos que le informan al ciudadano procesado el estado de un caso judicial del cual es parte. Diariamente entrega unas 100 notificaciones. Cada día entra en contacto con 100 historias, con 100 vidas. Lejos de la joven promesa que solía ser, Eloy es hoy un empleado público alienado, abatido e insensible, que se encuentra atascado en un presente eterno, a quien los eventos del día lo encuentran más como un espectador que como un actor principal. Hasta que una serie de eventos lo van guiando hacia el fondo de la ciudad, hacia una galería de personajes extravagantes y atemporales y hacia lo más profundo de sus vida. Cada notificación de Eloy será una pieza del dominó que caerá con la misma fuerza que sus propias convicciones.
Basada en su propia experiencia en el oficio, Blas Eloy Martínez escribió y dirigió “El notificador”.
Comienzo así este comentario porque cuando un artista pone su historia detrás de una obra hay una sinceridad con el producto que desde el vamos le quita, en este caso, toda intención de pretenciosidad. ¿Por qué? Porque a través de éste personaje (brillantemente actuado por Ignacio Toselli) el guión se va animando de a poco a jugar una carta difícil: la de ir de la comedia de personaje a la reflexión existencial y, por qué no, social.
Lo que va creciendo en esta historia es una alienación progresiva de quién vive para y por su trabajo hasta convertirse en la única razón para no llegar a tocar fondo del todo. El notificador debe entregar cédulas judiciales. Vive básicamente del sobresalto de quienes las reciben, pero casi despojado de humanidad o de compasión. Como una obediencia debida en un marco democrático el trabajo se transforma para el protagonista en una suerte de coraza, Un círculo vicioso al que no se puede entrar (ni sus amigos, ni su mujer, ni su entorno), pero del que tampoco puede salir.
Adelantar acontecimientos de esta comedia agridulce sería atentar una vez más contra el ritmo narrativo. Sería injusto porque es justamente en esa progresión donde el director logra lo que se propone.
Con sus limitaciones técnicas y de presupuesto, la película funciona porque todos estos factores ayudan a llegar al punto principal: dibujar un retrato humano sobre la peligrosa dependencia emocional y psicológica de la rutina.