Prisionero del tedio
La temida presencia de quien llega para entregar un papel que lleva un sello del Poder Judicial es el único rasgo que distingue a un notificador del paisaje humano que lo rodea. La tarea, anodina y rutinaria, sólo demanda su estricto cumplimiento, ya que se trata de una noticia que debe ser recibida por el destinatario, en forma fehaciente. Con ese norte en la vida, Eloy (Ignacio Toselli) camina sus jornadas mientras reparte las 100 notificaciones que debe distribuir cada día, y ve desfilar ante sus ojos una galería de personajes extraños y en diversas circunstancias, aunque él mismo siempre sigue igual.
La intención de mostrar otros signos vitales en el notificador que protagoniza la historia queda en el terreno de lo sugerido y la acción no logra penetrar la costra que la rutina fue formando, día tras día, en la vida del hombre que aspira a más. Quizá el mejor residuo que deja la película sea la sensación de aplanamiento de una realidad que su protagonista sueña con cambiar por otra más inquietante.
Un filme que no conmueve y sólo desnuda una vida rutinaria, como la de millones de seres humanos de cualquier sociedad occidental contemporánea.