¿El mundo lo puede decidir una sola persona? Quizá es una de las preguntas que decantan luego de ver El nuevisimo testamento, dios atiende en Bruselas. Propone a dios como un trabajador más, con la responsabilidad de todas las vidas humanas, pero a la par de cualquier otro mortal. Bien bajado a la tierra. Con miseria, mal humor y bastante maldad, dios, que más que dios parece el diablo, decreta el rumbo de la vida del resto de los seres humanos. Ea, su hija, interpretada por Pili Groyne, para vengarse de su odioso padre, decide enviar la fecha de defunción de cada persona a sus teléfonos celulares. “Ahora no tienen miedo y pueden decidir qué hacer con sus vidas” dice dios, interpretado por Benoît Poelvoorde.
Este film va hacia ese lugar, el ser humano informado y sin temor decidiendo a conciencia y concretando sus deseos. El director, Jaco Van Dromael, avanza sobre temas profundos desde el humor y con demasiados efectos especiales que le quitan la simpatía natural de las escenas. Hace citas a otros filmes, libros y buena música a lo largo de todo el relato.
Cuenta con una buena actuación de Poelvoorde, transmitiendo toda la irritación de ese personaje despreciable. Y la actuación de la pequeña Groyne, que contrapone todo su amor al personaje del odioso padre. Muy buena fotografía, tanto en interiores como exteriores, dirigida por Christophe Beaucarne.
Una película agradable, donde la muerte es un hecho llevadero y al parecer inamovible, donde sobre lo que hay de decidir es sobre la vida.