En su propio laberinto
El cine sigue respirando lejos de las grandes carteleras comerciales de la ciudad, a pesar de algunos tibios intentos por homenajearlo. El mejor estreno del fin de semana, largamente retrasado en estas pampas y proyectado apenas en DVD, tuvo lugar nuevamente en el Cine Teatro Córdoba, que este año (el de su 25 aniversario) se ha convertido en un verdadero faro para la comunidad cinéfila local: hablo de Luz Silenciosa, la última película del mexicano Carlos Reygadas, que lo confirma definitivamente como uno de los grandes directores contemporáneos, pero que el lector ya no podrá apreciar al momento de leer esta nota (pues la película habrá salido de cartelera). Si bien otras veces he optado por comentar películas que no estarían disponibles en las salas al publicarse la columna, esta vez creo que vale la pena esperar a su estreno en DVD, quizás porque se trata de una de las mejores películas del año, y sería una pena que pase desapercibida porque el comentario se perdió en las nubes del tiempo y la memoria.
Por eso pasaremos a revisar otro de los estrenos, sombras a lo sumo de ese gran cine que se margina en los complejos de la ciudad. El mejor ejemplo es El ocaso de un asesino, del conocido fotógrafo holandés AntonCorbijn (ya director de Control, aquella biografía sobre Ian Curtis), un filme que pretende recuperar ciertas tradiciones del cine independiente europeo pero termina cayendo en una estetización casi publicitaria, de película de diseño se diría, que tiene poco que ver con aquellas escuelas memorables. Se trata de un modo de apropiación de la historia cinematográfica: como la mayor parte del Hollywood actual, Corbijn no parece terminar de entender a la forma como un lenguaje específico, y más bien la termina utilizando como una marca de estilo, un envoltorio para su producto cinematográfico. Sí hay que reconocer una búsqueda de demarcación del mainstream, tal vez una intuición de que los modos y los tiempos del cine comercial contemporáneo tienen poco que ver con las realidades que abordan, pero que en parte se queda trunca en ésa voluntad por emular géneros y fórmulas sin verdadera conciencia ni vocación. Como en la reciente TheLimits of Control, del gran JimJarmusch (acaso el mejor ejemplo de lo que hubiera podido ser), su personaje principal es un asesino a sueldo, en este caso en retirada (tal cual lo anticipa la pésima traducción local del título original, que es The American): ya la primera secuencia del filme anticipa que está en peligro, pues nuestro protagonista (encarnado por George Clooney) será víctima de una emboscada, y terminará matando hasta a su amante. El hombre, cuya verdadera identidad nunca conoceremos, es enviado a ocultarse a un pequeño pueblo de una región montañosa de Italia (Abruzzo) hasta que pasen los sacudones, donde comenzará entonces la verdadera película, especie de trhiller existencial que se hunde en la interioridad de este personaje oscuro y en peligro. El filme pasará a retratar con detalle la cotidianeidad de Jack (según lo nombra su jefe) en el pequeño Castel del Monte, donde conocerá a un cura (Paolo Bonacelli) que se convertirá en su contendiente filosófico, pero sobre todo a una prostituta, Clara (la bellísima Violante Placido), de la que se terminará enamorando. Mientras, deberá realizar un trabajo relativamente fácil: preparar un sofisticado fusil para una compradora desconocida, con la que trabará contacto. Sin llegar a la paranoia de Escondidos en Brujas (otra obra reciente con la que tiene contactos), de Martín McDonagh, la película sabrá construir un tono de sospecha general que irá en constante aumento, sobre todo a partir de que Jack decida emanciparse con Clara, quien tampoco está libre de dudas. Claro que en la misma medida se irá convirtiendo en un filme convencional, e irá perdiendo el interés y el enigma que había sabido despertar.
Minimalista y climática, la película ostenta una belleza formal digna de mención, aunque a veces caiga en el pintoresquismo: los encuadres calculados al detalle y la fotografía (o el manejo de la luz) revelan una dirección sofisticada, así como también los planos generales que remiten tanto al cine de Michelangelo Antonioni como al Spaghetti Western (homenajeado explícitamente), dos de las tradiciones citadas al inicio, aunque también pueden caer en la postal para exportación. Y es que en el fondo estamos ante un filme de fórmula, una obra elaborada a partir de clichés (muy visibles en los personajes y sus intérpretes, pero quizás también en estos mismos dispositivos formales que se elogian), que sin dudas tiene el mérito de detenerse allí donde los demás thrillers deciden pasar de largo, pero que se irá derrumbando a medida que avance, acaso porque revelará que en el fondo no había mucho sustento para tantas aspiraciones.
Por Martín Ipa