Identidad desconocida
Tal vez hilando muy fino uno podría encontrar en esta película que son muchas películas a la vez, y que habla sobre un asesino a sueldo que oculta su identidad en un pueblito de Italia, una referencia autoconsciente precisamente a la cuestión identitaria: El ocaso de un asesino está construida con retazos de muchas cosas, incluso corriendo el riesgo de que uno pueda descubrir desde el minuto uno qué va a pasar, y no sólo por su adscripción a un subgénero como el neo noir sino además por su aparente explicitación de cada guiño y giro de la trama. Sin embargo, y más allá de que este policial de Anton Corbijn protagonizado por George Clooney tenga algunos encantos y riesgos, lo que termina descubriendo es una película sin la personalidad suficiente como para sostenerse por sí sola y necesitada, constantemente, de la complicidad del espectador para ir deconstruyéndola segundo a segundo.
Para ser más claros: tenemos al asesino a sueldo perdido en Europa un poco como la saga Bourne y otro tanto como Perdidos en Brujas, tenemos otro tanto del antihéroe del cine negro norteamericano de la década del 70 y la atmósfera plena, reflexiva, plagada de tiempos muertos, del policial francés a lo Melville. Esto desde lo estético, porque desde lo argumental el film se vale de otras herramientas reconocibles: el asesino a sueldo (Clooney) se hace amigo del curita simpático del pueblo, además se enamora -cuando no debe- de una prostituta sensible. Desde luego que con tantas cosas reconocibles se puede hacer un buen film, pero el problema es cómo Corbijn, que se muestra demasiado autoconsciente del ejercicio conceptual que lleva adelante, maneja las situaciones.
Básicamente el problema de El ocaso de un asesino (título local que adelanta demasiado lo que vamos a ver) es que para Corbijn no hay posibilidades de diversión en esto que cuenta. Todo debe ser admirado con grandilocuencia y excesiva densidad: hay planos que se estiran demasiado, hay situaciones que pasan de ser contemplativas y se convierten en rutinarias y reiterativas, hay diálogos que son dichos con impostada trascendencia cuando se trata de comentarios obvios. Y a todo esto tampoco ayuda un Clooney puesto en modo “estoy haciendo algo serio”, excesivamente alambicado y otorgándole una seriedad que la película no soporta.
Y uno descubre el desperdicio de talento (a los apreciables Corbijn y Clooney, sumemos el trabajo de fotografía de Martin Ruhe y la música de Herbert Grönemeyer) cuando el comienzo y los últimos veinte minutos de película demuestran lo que El ocaso de un asesino podría haber sido, y no fue: un buen thriller con logradas atmósferas. Es ahí cuando el holandés Corbijn instala al criminal de Clooney en situaciones de mucha tensión, y maneja la información de manera que el espectador se sumerja también en medio del clima enrarecido. Cuando el ejercicio pasa de la teoría a la práctica, es donde El ocaso de un asesino logra despegarse de la simulación y el aburrimiento para convertirse en un film rugoso, tenso, fatalista, oscuro; donde el aliento del protagonista forma parte de la respiración de la narración.
Así como el film no parece definirse entre los varios modelos que toma para sí (nunca tiene demasiada acción, ni nunca termina de profundizar en el drama de su personaje, como tampoco se vuelve ridículamente romántica), el espectador tampoco sabe qué decir de una película que no es lo que promete ni, mucho menos, es algo que ofenda. El ocaso de un asesino es una buena película a la que le hubiera hecho falta un director con menos pretensiones de ganar el premio al cinéfilo posmoderno que homenaje a los viejos policiales, pero siempre con un planito cool para que digamos “oh pero qué bien filma”.