A la pesca de una historia
El director se mete en la vida de dos niños pescadores de Nicaragua. La observación e interacción, como eje fílmico.
Maicol y Bryan son dos amigos que viven en Greytown, un pequeño pueblo sobre el Caribe nicaragüense, aislado del resto del país por una densa selva. Ellos deben comenzar a trabajar. Y la pesca del tiburón es una alternativa.
Pero mucho antes de que incursionen en el mundo de las líneas de nylon y redes (acá la pesca es manual, nada de cañas), los jóvenes serán seguidos de cerca por la cámara del director Alejo Hoijman, autor del logrado documental Unidad 25, donde mostró las prácticas de conversión al evangelismo, en una penitenciaría.
El ojo de tiburón, premiado en los festivales de Cartagena de Indias, Roma y a nivel local, hace un retrato desde la confianza entre el realizador y los muchachos. Profundo, y sin timidez, Hoijman deja que los chicos exuden todas sus debilidades y deseos. Y, además, cumplan el rol de “actor” (aunque hagan de ellos mismos en forma fresca y natural) y espectador, ya que por momentos verán algunos adelantos de este filme. Una linda forma para empatizar con ellos.
Los sonidos de la naturaleza, la potente fotografía del verde selvático -que todo lo domina- sumado a los pícaros diálogos (a veces inentendibles) de los jóvenes, ensambla un combo de realidad y ficción que parece extraído de un manual sobre pesca embarcada.
Con el correr del metraje el documental peca de repetitivo: las continuas anécdotas de sus protagonistas (siempre un grupo de jóvenes) navega entre los juegos playeros y paseos recreativos en lancha. Recién a la hora, la intervención de los adultos le pondrá pimienta al filme, sacándolo del sopor selvático y llevándolos a la verdadera acción pesquera.
El ojo del tiburón es un filme de desafíos. Hoijman filma sobre una barcaza, sigue -a pesar del movimiento del oleaje- el devenir de los pescadores. Y en las tomas nocturnas, el público tendrá que adivinar algunas situaciones.