Lindos paisajes, pero nada más
Cuando su lejana presentación en el Festival de Roma, una agencia dijo que este film "denuncia las condiciones de vida y las pocas perspectivas de futuro que tienen los jóvenes de una pequeña aldea de la selva nicaragüense que sólo ven como salida el narcotráfico". Quien escribió eso, directamente no vio la película. Gacetillas locales hablaron de "la aventura de dos adolescentes nicaragüenses que salen a pescar tiburones. Pero más que la pesca en sí, el film se enfoca sobre cómo la transmisión generacional de un saber puede servir como rito de iniciación". Esta gente la habrá soñado, pero arrima un poco el bochín.
La verdad, sólo vemos una serie desarticulada de viñetas donde un niño y su amigo un poquito más grande cortan arbustos para hacer hondas, juegan con otros chicos en el río, miran una de acción en la tele, vagan y charlan sobre los atractivos de un pueblo más grande, o de una chica vecina, esas cosas. En cuanto a denuncia, no pueden considerarse tales unas leves referencias infantiles sobre monedas centroamericanas, soldados que nunca encuentran nada y jueces que lavan dinero narco. Por ahí se advierte un edificio alambrado, y pasa una patrulla donde un soldado medio tonto no se da maña para desenganchar la correa de su arma. ¿Qué más? Ah, eso de los ritos de iniciación. Quizás ahora se llame así la simple charla del más grande con una piba en la cocina, o las salidas del más chico junto a su padre en el lanchón, fugazmente registradas. Felizmente, casi al final surge una salida de por lo menos dos días a mar abierto, donde alcanzamos a ver que los grandes pescan una especie de cazón o barracuda. Con ojo incluido.
Rodaje a unos kilómetros de Greytown, localidad turística rodeada de hermosa selva, que da gusto ver. Elogio aparte para el director de fotografía, que logra lindas imágenes pese a los fastidiosos resplandores de un cielo nublado.