Ausencia de desparpajo
Gran parte del horror como género cinematográfico previo al 2000 estaba conformado por propuestas similares a la presente El Origen del Terror en Amityville (The Unspoken, 2015), no obstante sinceramente aquellas eran más dignas y poseían los cojones necesarios para ir más allá -en materia de sexo y gore- de lo que suele ser el estándar de los films de hoy en día. Si obviamos los sustos baratos y aniñados, basados a su vez en la dialéctica de los fantasmas y los jump scares cronometrados que tanto les gustan al mainstream y al indie de los últimos años, la obra que nos ocupa funciona como un representante de aquella colección de productos que desde el bajo presupuesto pretendían ofrecer al público un buen rato y poco más, aunque involuntariamente en el trajín terminaban despertando alguna que otra carcajada y ventilando cada uno de sus inconvenientes y sus decisiones poco acertadas.
El tono clase B lo cubre prácticamente todo y así la película nos somete a una infinidad de problemas que pueden caer simpáticos o insoportables según la disposición de cada espectador y -por supuesto- el bagaje formativo/ el conocimiento acumulado que tenga de los resortes prototípicos del género (y mejor ni hablar de la paciencia eventual al momento del visionado): aquí tenemos un prólogo vinculado al combo “demonios/ posesiones/ exorcismos” que luego deriva en una estructura narrativa que unifica el sustrato retórico de las casas embrujadas con una crónica criminal de fondo, todo con algo de gore ochentoso, muchos fenómenos paranormales, una historia de amor lésbico, vueltas de tuerca tan ridículas como entrañables, personajes unidimensionales, buenos actores desperdiciados y el clásico abuso de la música estridente para marcar los instantes en que deberíamos gritar.
Si bien el terror recientemente nos regaló films gloriosos como Te Sigue (It Follows, 2014), The Babadook (2014), La Bruja (The Witch: A New-England Folktale, 2015), No Respires (Don’t Breathe, 2016) y Avenida Cloverfield 10 (10 Cloverfield Lane, 2016), a decir verdad la catarata de productos fallidos siempre les pisa los talones vía la repetición de fórmulas que sólo recuperan su potencia discursiva cuando caen en manos de un artesano con talento, pero este no es precisamente el caso del realizador y guionista de turno, Sheldon Wilson, un especialista en convites berretas para televisión y apenas recordado por haber dirigido en 2009 una continuación más o menos potable de la muy superior Screamers (1995), uno de los últimos guiones firmados por el genial Dan O’Bannon. Lamentablemente la propuesta en términos narrativos es demasiado torpe y hasta en ocasiones algo aburrida.
El principal elemento redentor es la presencia de Jodelle Ferland como la protagonista, ahora interpretando a una chica que debe cuidar a un nene que se muda junto a su madre a una casa con un pasado de muertes y desapariciones, un esquema que asimismo se conecta con su noviecita y la banda de rufianes amigos de esta última, quienes escondieron droga en el sótano del hogar y pretenden recobrarla cuanto antes. Ferland es una gran actriz que se hizo conocida por Tideland (2005) y trabajó en varias obras del género como Terror en Silent Hill (Silent Hill, 2006), Los Mensajeros (The Messengers, 2007), Caso 39 (Case 39, 2009) y las muy interesantes La Cabaña del Terror (The Cabin in the Woods, 2012) y The Tall Man (2012). Los otros dos ítems que nos rescatan -en parte- del desastre total de las premoniciones de ultratumba y las puertas que se abren y cierran solas son la intervención del siempre eficaz Neal McDonough como un agente de policía y la inesperada energía del desenlace, cuando por fin los maleantes ingresan al enclave embrujado. Dejando de lado la hiper aclaración del título en castellano en torno al hecho de que hablamos de una suerte de “precuela para nada oficial” de Aquí Vive el Horror (The Amityville Horror, 1979), la mediocridad de la película y de muchos de los cineastas actuales pide a gritos que se incremente el desparpajo y se abandonen los automatismos y toda esa corrección política…