Inestabilidad
Con El origen sucede algo muy peculiar que radica en lo irregular que son algunos pasajes y el virtuosismo y el desborde de otros. Uno casi podría decir de manera quirúrgica los momentos menos logrados, las ideas que quedan en el aire y las pretensiones que no logran fluir en la pantalla pero, y aquí esta lo curioso, es difícil considerarla un film de poco interés o aburrido. Me parece innegable el valor estético de algunas secuencias, el trabajo hipertextual que es completamente autoconsciente y el aproximamiento a un contenido complejo que en su ambigüedad encuentra uno de esos rasgos que fascinan a Christopher Nolan: antihéroes que caen por el propio peso en tramas laberínticas, donde todas las certezas se han esfumado y sólo queda abrazar el abismo individual para comprender el enigma, para darle estabilidad a mundos donde la definición de lo “real” queda en cuestión por resultar inaprensible y contenida por sujetos cuyos demonios están siempre acechando. Lo vimos en Memento, en Noches blancas y en las dos partes de Batman, en diferentes contextos y con diferentes nombres. Pero además de toda esta cuestión interpretativa es un thriller entretenido que por momentos se puede dejar ver como una película de espionaje con momentos de acción que revientan toda la parafernalia visual posible con una imaginación sorprendente. Por supuesto, esto lo van a ver si logran superar la primera parte del film, que debe estar entre lo peor que hizo el director. Así de contradictorio y así de complejo resulta apreciar este film, y aún más después de las encendidas críticas y comparaciones que se han establecido desde diferentes posturas.
Pero para ser más concretos, hablamos de una película de espionaje en el que la mente aparece como un espacio físico donde hasta los secretos más recónditos pueden ser descubiertos para, eventualmente, ser utilizados. En una época donde la información puede valer millones de dólares las empresas y el sector privado explotan esta faceta, haciendo de quienes posean la habilidad para desempeñarse en esta área sujetos invalorables. Es decir, la película transcurre en espacios físicos que son representaciones del subconsciente, donde el grupo asignado puede ingresar para robar la información requerida. El riesgo está en que quienes ingresen deben tener la habilidad para controlar ese subconsciente y para defenderse de los propios ataques de la mente del “invadido” (que, eventualmente, sería la represión), haciéndolos capaces de manipular el tiempo y el espacio dentro de ese subconsciente. Para eso, quienes ingresen en el subconsciente del “invadido” deben estar dormidos, al igual que la víctima ¿Por qué toda esta aclaración? Porque hubo quienes interpretaron que se intentaba retratar el mundo de los sueños, de capturar la anarquía onírica, e inmediatamente surgieron las comparaciones: David Lynch, David Cronenberg y si, como no, Luis Buñuel o Federico Fellini, si quieren sumar más nombres a la lista (yo agregaría a Georges Melies). Pequeño detalle: el film es una construcción racional del subconsciente, y el punto de vista siempre es racional porque es un caos controlado y, por supuesto, en la línea de una determinada lógica “consciente”. Por eso la arquitectura pertenece a una serie de personajes que tienen el “don” de no ceder a las disrupciones espacio-temporales que son parte de los sueños. Aquellos detractores y entusiastas que creyeron ver en esta película la cuestión onírica deberían replantearse las cosas. No es una película sobre los sueños.
Naturalmente, si hay aclaraciones sobre sueño y subconsciente, con paradigmas psicológicos que son discutibles (incluso, si se parte de la negación de la misma psicología, la filosofía tendría otra visión de los sueños, por ejemplo), es porque a Nolan le interesa el desborde de esa cuestión racional. En esa apariencia de control es que nuestro protagonista, en este caso Cobb (Leonardo DiCaprio) se hunde, entrando en un mundo inestable sin posibilidad de orden, a medida que la culpa y el móvil del film aparecen con el desafío de “plantar” una idea en lugar de robarla. Digamos que hay una relación romántica que tuvo un final desafortunado en base a experimentaciones con las posibilidades de ingresar en la mente, y que la cuestión de “plantar” una idea ya se había hecho, con resultados trágicos. La relación de Cobb y Mal (Marion Cotillard) es el leitmotiv dramático y emocional de la película, que sobre el desenlace logra una resolución que implica, precisamente, la aceptación de un recuerdo reprimido. Aquí está la paradoja del film y el elemento que lo hace más atractivo.
Pero vamos a la parte floja del film. La primera parte se dedica a indicarnos los detalles a los que les tenemos que prestar atención, con largos y aburridos diálogos que suenan a un largo tutorial que tiene la finalidad de crear un contexto del cual poco se utiliza realmente dentro de la película. Es imposible durante estas secuencias que alguna línea entre Cobb o sus colaboradores suene natural. Incluso en la actuación uno ve que los personajes se limitan a emitir información sin trabajar matices en la voz. Pero la sorpresa viene cuando vemos que en realidad, todo ese metraje fue prácticamente innecesario para desarrollar el segmento más importante de El origen, precisamente, la “plantación” de la idea. Es casi imposible no ver que el director y guionista no está subestimando al público, con subrayados que van a resultar innecesarios para el umbral que se va a atravesar una vez comience la acción central del film. Nos quedan algunos imaginativos segmentos que introducen al personaje de Ariadne (Ellen Page), cuyo desarrollo a lo largo de la película va a tener un eco fundamental hacia el desenlace. Y si, tiene relación con la mitología griega.
La parte central de la película, donde la acción gana más peso, es donde vemos la habilidad del director no sólo para incluir diálogos mejor construidos que en la primera parte del film, sino para desarrollar secuencias donde toda la espectacularidad visual está dominada en función de una narración coherente. Es decir, no es sólo mostrar edificios dados vueltas o explosiones monumentales, entre persecuciones vertiginosas, es también que eso se comprenda y que sea funcional al relato, además de todo el potencial que se esconde en el imaginario que despliega visualmente Nolan en, por ejemplo, el “limbo”. A esto sumemos un uso magistral del montaje paralelo para desarrollar la acción y generar tensión en cuatro líneas distintas, en algunas distendiendo el tiempo y en otros en sincronía. El hecho de que esto se comprenda perfectamente, al igual que algunas secuencias de acción, como la primera persecución o la pelea en el corredor del hotel (a diferencia de aquellas en la montaña, que son más irregulares), demuestran el virtuosismo de Nolan desde lo técnico. También en la acción es donde se lucen particularmente Joseph Gordon-Levitt o Tom Hardy, cuyos personajes forman parte del equipo de Cobb.
Nos queda el final que, en definitiva, es tan ambiguo (pero peor resuelto) que el de La isla siniestra de Martin Scosese. Es el espectador en el que se “planta” la idea, en función de la interpretación que es una ruptura de la cuarta pared al ver el tótem de Cobb en el plano final, que es todo lo que se va a decir para no arruinar la trama. En definitiva, no se trata ni de una “peliculita” ni de un “clásico”, pero el film de Nolan contiene muchas ideas que, cuando fluyen, demuestran el enorme talento de un director que nunca va a dejar de despertar interés.