Pensar en grande
Terminé de ver El Origen hace tres horas (¡la proyección de prensa arrancó a las 9.30 AM!). Me fui del Cinemark Palermo sin hablar con nadie (a propósito) y al rato -ya instalado frente a mi netbook- tuve un interesante intercambio vía Twitter con los colegas/amigos Diego Lerer, Hernán Ferreirós y Santiago García (a los dos primeros les gustó menos y al tercero más que a mí). Esta película de Christopher Nolan (desde ahora CN) es de esas que se van a discutir mucho y durante mucho tiempo. Es uno de esos (escasos) films ambiciosos, exigentes e “importantes” made in Hollywood que piden a gritos una segunda visión, un tiempo prudencial para que “decante” y así poder analizarlo, desmenuzarlo mejor. Pero a mí, en cambio, me gusta escribir “en caliente”, con las palpitaciones todavía a mil. Ya habrá tiempo, si cabe, para una relectura.
Para mí, aclaro, no es la obra maestra que buena parte de los críticos del mundo han exaltado y ni siquiera la considero lo mejor de un director de enorme categoría como CN, pero creo que no tenía tanta expectativa previa (al final, un poco defraudada) ni tantos deseos de escribir desde… ¿Batman: El Caballero de la Noche?
Lo de la calificación, si me permite, merece una explicación y, como siempre, es relativa: un film de “8 puntos” debería haberme convencido o emocionado más que El Origen, pero al mismo tiempo se trata de una "tormenta" visual y de un guión que propone un universo cinematográfico tan impactante y arriesgado, que uno no puede ponerlo en el mismo nivel que, digamos, Miss Tacuarembó, Las hierbas salvajes o Plan B, por nombrar a las tres últimas películas que califiqué con 7.
Hay tres sensaciones que tuve durante la visión de El Origen (una experiencia fascinante, agobiante y agotadora a la vez) y que luego el amigo Lerer compartió en el ida y vuelta de los 140 caracteres twitteros:
1) Que a Nolan se le subieron el éxito y los elogios a la cabeza y decidió regodearse (y abrumarnos) con su inmenso talento narrativo y su inagotable creatividad en lo que por momentos resulta un ejercicio de virtuosismo demasiado frío y artificial;
2) Que los múltiples hallazgos formales y temáticos del film se ven truncados en buena parte por la constante (sobre)explicación, perdiéndonos así como espectadores la posibilidad de vagar por esos universos enigmáticos donde cada uno puede elegir cualquiera de esos senderos que se bifurcan;
3) Y que su psicologismo barato (digno del tomo 1 de un manual freudiano) conspira contra la empatía y la identificación del espectador (yo también pensé mucho durante la proyección en qué hubiesen hecho David Lynch y especialmente David Cronenberg con estos materiales: seguramente algo mucho menos explícito, calculado y perfecto).
¿Con todos estos reparos estoy desaconsejando la visión de El Origen? Rotundamente no. Las mil y una referencias que leí y escuché en los últimos días -el Stanley Kubrick de 2001, odisea del espacio, Minority Report, El vengador del futuro, Blade Runner y la obra de Philip K. Dick; el Orson Welles de El ciudadano, el cine de Michel Gondry o la literatura de Jorge Luis Borges- me parecen válidas e intrascendentes a la vez (esta vez, mero regodeo de críticos), porque más allá de sus múltiples influencias, antecedentes, inspiraciones y “homenajes” el gran mérito de CN es el de haber concebido un thriller noir y psicológico (onírico) a la medida de las (impresionantes) posibilidades del arte de las CGI. En este sentido, me animo a sostener que es tan o más “revolucionaria” que Avatar.
“No temas soñar en grande”, le dice un personaje a otro promediando la película y ése parece ser el leit-motiv de El Origen y de la obra de CN en general. Los sueños, la percepción, la manipulación de los recuerdos, la realidad virtual y los saltos en el tiempo son una constante en la filmografía del creador de Memento: recuerdos del crimen; Noches blancas, El gran truco y sus dos incursiones en el mundo Batman; y aquí el director se da todos los gustos con sus 200 millones de dólares de presupuesto.
CN nos sumerge en las desventuras de un equipo (Leonardo DiCaprio, Joseph Gordon-Levitt , Ellen Page, Tom Hardy, Ken Watanabe y Dileep Rao) de ladrones y “traficantes” de sueños, especialistas en extraer y, por qué no, también en implantar vivencias e ideas para así cambiar el pensamiento y, claro, el comportamiento de una persona.
Los 148 minutos de El Origen nos llevarán entonces con sus múltiples capas narrativas (un sueño dentro de un sueño dentro de un sueño) por terrenos de la ciencia ficción, del thriller corporativo con traiciones cruzadas, de eas misiones imposibles propias del cine de acción, de un melodrama sobre la culpa y el perdón, y de una épica romántica (y familiar) con DiCaprio y la francesa Marion Cotillard protagonizando un amor trágico e imposible (que nunca termina de funcionar del todo).
Aunque al colega Javier Porta Fouz le repugne el análisis “por rubros”, le voy a dedicar unas líneas de admiración al fotógrafo Wally Pfister (un orfebre capaz de iluminar hasta los más mínimos detalles del plano) y otras de indignación a la omnipresente, abusiva y explícita banda sonora de Hans Zimmer, de esas que nos dicen cuándo debemos conmovernos o sobresaltarnos (cosa que igualmente casi no ocurre).
De todas formas, aún cuando puede decirse que El Origen es una experiencia algo fallida como un todo, hay secuencias espectaculares, dignas de un maestro como sin dudas lo es CN. No quiero adelantar nada, pero la París “doblada” o las imágenes que desafían la ley de la gravedad son sólo algunas de ellas. Esos pasajes de gran cine compensan todo lo que de agobiante y pretenciosa tiene esta laberíntica, quijotesca película que, seguramente, seguiremos debatiendo largamente aquí abajo. Por supuesto, están todos invitados.