Y los sueños, sueños son
El origen conjuga el thriller, el suspenso, el drama, el romance, la acción, la ciencia ficción, y consigue que todos los géneros fluyan pero se impone decir que en sus 148 minutos uno nota que el rulo se comienza a rizar en demasía.
Dom Cobb (Di Caprio) es el jefe de un grupo de sofisticados ladrones que se dedican al espionaje industrial y fallan en una misión frente a Saito (Watanabe), un alto ejecutivo, quedando así a merced de su propuesta. Si logran introducir en la mente de un joven heredero (Murphy) la idea de disolver el imperio trasnacional que puede competir directamente con la empresa de Saito, éste se compromete a que Cobb ingrese a Estados Unidos sin ser encarcelado y pueda ver a sus hijas. La manera de implantar esa idea es entrando en los sueños de la persona designada y, merced a la fragilidad que la mente manifiesta en ese lapso de tiempo, construir y afincar el concepto como si hubiera nacido de él mismo, evitando así cualquier posibilidad de rechazo al creerse el sujeto en cuestión pasible de haber sido manipulado.
En resumidas cuentas esta es la historia que despliega El origen. Claro que nada es tan sencillo como parece, aunque las prácticas que el grupo lleva a cabo no resultan, al interior de la trama, ningún motivo de extrañeza o les plantean duda alguna, quiero decir que los personajes parecen convivir con el concepto de implantación de ideas tan naturalmente como quien se cepilla los dientes al levantarse por la mañana, a lo sumo requieren alguna explicación si su calidad de novatos en el tema así lo amerita pero estamos hablando de física y matemática y psicología a niveles supuestamente “superiores”.
Desde su aparición en el cine, Christopher Nolan ha venido desarrollando una característica particular que lo vuelve un director cuya obra sabe imbricar entretenimiento con ingenio. He ahí Memento y Noches blancas (donde ciertas capacidades de sus protagonistas dan forma y justifican el tipo de narración) o El gran truco (donde además la aparición de los giros en la trama requiere revisar lo visto). Películas que, hay que decirlo, apuestan menos a la inteligencia que al asombro. Algo así como un Shyamalan pero que permanece de este lado de la taquilla (y por muchos millones) y de la crítica cinematográfica, lo que le permite después de entregar Batman: El caballero de la noche (definitivamente su mejor trabajo hasta la fecha) darse cualquier lujo. Y convengamos que eso es algo a aplaudir. Nadie puede decir que Nolan se haya dormido en sus laureles. Es más, duplica la apuesta y construye un filme que requiere de una atención permanente del espectador, que le brinda un gran espectáculo y que no lo subestima y que además le permite a los “entendidos” extrapolar una lectura sobre el séptimo arte que bien puede constituirse en una filosofía apropiada a estos tiempos. Habría que desentrañar si detrás de las capas que envuelven a la cebolla existe alguna semilla a sembrar o si no es más que una ilusión posmoderna de quien maneja perfectamente los lenguajes epocales.
El origen conjuga con maestría el thriller, el suspenso, el drama, el romance, la acción, la ciencia ficción, y consigue que todos los géneros fluyan y se encastren con precisión y ofrece un reparto de lujo (además de los citados, Gordon-Levitt, Page, Caine, Hardy, Berenger, Cotillard) mas se impone decir que en sus 148 minutos uno nota que el rulo se comienza a rizar en demasía (y la misma cinta da cuenta de ello cuando un personaje se pregunta “dentro de qué mente estamos?”). Demostrando que a veces uno se endulza y se regodea y se pierde en la exageración, por no decir en los laberintos discursivos que son siempre mencionados y nunca fácticos, y que ante tanto enrevesamiento de la trama al final la bufanda abriga pero viéndola de cerca se notan los agujeros que la conforman (por ejemplo, ¿cuál es la justificación para que en alguno de los cuatro sueños a lo mamushka en los que nos sumerge el filme cierto efecto gravitatorio no ocurra? ¿Por qué de la nada surgen reglas o explicaciones a ciertas situaciones que jamás fueron planteadas?). Y no está mal, apenas si demuestra que Nolan es humano.
El mundo real, la ilusión y el simulacro y la virtualidad de nuestro tiempo, vistos a través del cine, los sueños y el psicoanálisis, la realidad que construye el amor, la manipulación de los recuerdos. Mucha tela para cortar que aporta una buena película, pero tampoco exageremos tanto. Después de todo esto no es más que una mera crítica que se pretende analítica, no quiero quedar atrapado en lo mismo que le reprocho al filme: cierto toque de erudición y sapiencia que apenas es pátina y enciclopedismo. Ya lo decía Calderón en el siglo XVII, al final todo no es más que un sueño.