El origen, un portentoso ejercicio de imaginación
Christopher Nolan y la exploración de lo onírico
Desde el enigmático comienzo, con DiCaprio arrastrado por la corriente en estado de inconsciencia hacia una misteriosa playa, hasta un plano final que ya es objeto de las más variadas interpretaciones, las fascinantes dos horas y media de El origen se desarrollan entre realidades convertidas en simulacro y apariencias que parecen cobrar en la pantalla el espesor y las dimensiones de los elementos más tangibles.
Con este film, que estará con toda seguridad entre los más comentados del año, Nolan se suma a la larga lista de realizadores atrapados por las sugerentes posibilidades visuales y narrativas que abre para el cine la exploración de los sueños. En su obra más ambiciosa -lo que es mucho decir tratándose del director de Batman, el caballero de la noche cruza esa materia prima con sus propios anhelos creativos a través de una monumental construcción de climas, secuencias, referencias cinéfilas y alusiones a múltiples disciplinas, plasmada en imágenes de portentosa creatividad.
Si El caballero de la noche es una indagación sobre la mente de un terrorista, Nolan traslada en El origen la pregunta al terreno del espionaje corporativo. En este único (aunque tan elusivo como los demás) terreno de realidad visible dentro de un film que hace equilibrio todo el tiempo sobre distintas fases simultáneas de narración, el equipo encabezado por Dom Cobb (DiCaprio) se especializa en ingresar en los sueños de otros para extraer información clave.
En una de las muchas paradojas con las que juega deliberadamente el film, un trabajo fallido abre para Cobb la posibilidad de reivindicarse espiando al rival corporativo de su último patrón y soñar con reencontrarse muy pronto con los suyos, algo que veía casi imposible. Esta vez, el trabajo exige una apuesta todavía más fuerte y la entrada al inconsciente ajeno no sólo pasa por la apropiación de ideas ya presentes. Lo nuevo es la originación (término con el que se traduce el título original del film), el acto creativo de instalar ideas nuevas en el subconsciente de alguien.
Toda la atención
De la nada, Nolan nos lleva hacia allí con el pulso firme de quien nos guía a lo largo de un camino que sólo él conoce a la perfección y se dedicó a explorar meticulosamente con anterioridad. Coloca infinitas pistas y señales con una precisión abrumadora -el film exige máxima concentración para no descuidar ni el mínimo detalle- para que el espectador pueda recuperarlas y evaluar su sentido en cualquier momento.
Seguramente por eso, el personaje con el que más parece identificarse es el de Ariadne, la arquitecta encargada de diseñar los distintos escenarios en los que transcurrirá la ilusión y que personifica aquí Ellen Page con la misma aplicación seguida por el resto del admirable elenco a las instrucciones del realizador.
No será el único. Dos asistentes todoterreno (Joseph Gordon-Levitt y Tom Hardy), un efusivo chofer (Dileep Rao) y el propio contratista de Cobb (el gran Ken Watanabe) se suman a un equipo que se vale de una compleja red de cables, aparejos y compuestos químicos para cumplir con el plan. En su transcurso, unas cuantas dificultades operativas se mezclarán además con las tribulaciones de Cobb y su aproximación a una enigmática mujer (Marion Cotillard).
Si toda esta enmarañada intriga aparece más o menos inteligible para el espectador atento es porque Nolan jamás pierde el control de lo mucho que sucede minuto a minuto, y también porque la intriga, en el fondo, responde ante todo a impulsos propios del cine de acción. Por cierto, hay en El origen una vía que alienta todo tipo de indagaciones psicoanalíticas y llega a plantearse interrogantes de alguna trascendencia, pero por encima de ella se impone la debilidad de Nolan por los films de James Bond y Michael Mann, representada en apasionantes persecuciones por las callejuelas de Tanger y las heladas montañas de Calgary.
Con la ayuda de extraordinarios colaboradores (el fotógrafo Wally Pfister, el diseñador de producción Guy Dyas), Nolan desplega toda su creatividad en estas travesías y otras mucho más personales e introspectivas que desafían los sentidos (y hasta la ley de gravedad) y llegan a provocar genuino asombro. Lo hace al punto de presentarle al espectador la hoja de ruta entera (el camino principal, posibles atajos, eventuales salidas) de un modo quizá demasiado explícito.
El director enfría por momentos la intensidad del planteo, tal vez temeroso de que algún nudo llegara a soltarse y el esquema entero termine desmoronándose. El precio a pagar es el de cierto distanciamiento, que no impide disfrutar al mismo tiempo de una obra de las más imaginativas y provocadoras de los últimos tiempos, con un director que vuelve a creer en los sueños como materia prima de la maravillosa realidad del cine.