Todo por un sueño
A Christopher Nolan le gustan las tramas enrevesadas, los desafíos formales y los ejercicios narrativos. Eso ya lo veíamos desde Memento, donde se trataba de contar la historia de adelante hacia atrás. Y también le preocupan los trucos y mecanismos de la mente: la memoria, los trastornos del sueño o los traumas. El origen es la apoteosis de esos intereses, donde el mundo del sueño es el tema y el escenario.
En un universo que parece el aquí y ahora pero donde existe una tecnología que permite compartir los sueños, infiltrarse en los sueños de otro o introducir a otro en el propio sueño mientras uno es consciente de estar soñando y hasta puede diseñar la arquitectura del sueño, los protagonistas se dedican a estas actividades con fines delictivos para robar información o “introducir ideas” en la mente de los soñantes elegidos como blanco. Cobb (Leonardo DiCaprio) es un experto en el procedimiento que, al ser acusado del asesinato de su esposa, ya no puede volver a su casa y ver a sus hijos. El jefe de una corporación japonesa le propone la misión de infiltrarse en los sueños del heredero de la firma líder de la competencia a cambio de usar sus influencias para limpiarlo y permitirle volver. Allá ira entonces con su equipo en una misión delicada y peligrosa, tanto por la resistencia que el universo onírico de la víctima ofrece a los intrusos como por los propios elementos de su mente que el protagonista sin querer introduce, ya que dejó algunas cuentas pendientes allí, en el mundo del otro lado de la vigilia.
Este planteo, que le debe mucho al universo del escritor Philip K. Dick (donde es frecuente que los personajes lleguen a un punto en que no pueden estar seguros de cuál es la realidad) da el pie para un despliegue de imaginación y parafernalia visual exuberantes en la medida que el mundo del sueño lo permite y lo propone (ciudades que se pliegan sobre si mismas, combates en gravedad cero). Aquí la misión funciona como elaboradísimo McGuffin que justifica la búsqueda del protagonista para saldar las cuentas con su pasado pero parece estar también en función de justificar la apuesta visual, los escenarios imposibles, las secuencias de acción, y todo lo que el film tiene visualmente para ofrecer de espectacular.
La trama, cada vez mas intrincada, con diferentes capas de realidad, sueños dentro de sueños y desdoblamientos del tiempo, necesita explicarse a sí misma cada tanto, que alguno de los personajes explicite las reglas de ese universo y explique lo que está pasando. Y bueno, en algún punto uno tiene la sensación de que lo están cameleando un poco, que la abundancia de información (suministrada constantemente) tiene un fin más de confundir que de aclarar, hacer que uno avance con el relato y no se cuestione mucho lo que está pasando, tapar la boca y llevar de la nariz, porque cuando uno quiere procesar enseguida llega un nuevo estimulo espectacular. El origen se presenta como un preciso mecanismo, pero quizás algunas piezas están más para hacer bulto y hacerlo parecer más complejo de lo que es. Así, esa abundancia de información y explicaciones parecen funcionar como en los trucos de magia (Nolan sabe bien de esto), como un distractor que desvíe la atención de ciertas cosas: de que ciertos elementos, aunque explicados, son así porque sí, de que ciertas leyes son arbitrarias y de que los sueños, aunque dirigidos, son demasiado racionales, para ser sueños. Pero, bueno, si uno se pone a revisarle el truco al mago la diversión se pierde. Lo brillante de Nolan es la forma en que logra presentarlos como lógicos y necesarios, haciendo que el espectador entre como un caballo entendiendo, creyendo que entiende o no entendiendo pero sin que eso importe.
Se trata de un despliegue de imaginación y una experiencia sensorial. El origen es un film avasallante que exige toda la atención del espectador y amenaza con pasarle por encima. Ante esa perspectiva, la mejor recomendación quizás sea la del dicho inglés: relájate y goza…