Basada en un recordado personaje animado de la productora Hanna-Barbera, El oso Yogi es recreado con algunos aciertos, pero se resiente en su trama y en su combinación entre humanos y animación digital, resolución pretendidamente innovadora de una serie que siempre tuvo un formato clásico. Bastante antes Los Picapiedras, de los mismos creadores, fue llevada al cine íntegramente en acción viva, con menos luces que el imaginativo producto original. En este caso hay que decir que este extraño oso parlante de cuello y corbata que roba canastas de comida a turistas en un parque nacional acompañado por un osito pequeño, es mucho menos interesante que aquella otra pieza emblemática de la dupla, que fue una extraordinaria usina de grandes series del género, como Los Autos Locos (dando lugar personajes clásicos como Penélope Glamour y Patán), Don Gato, Los Supersónicos y Scooby-Doo, entre muchas otras. El director Eric Bravig, que debutó en el cine con un film de aventuras para niños y adolescentes como Viaje al centro de la tierra, no logra aquí la misma eficacia, aunque Yogi y Boo Boo mantienen su gracia, especialmente cuando no interactúan con la acción viva. Ciertos mensajes ecologistas en una esquemática trama que gira alrededor de una tortuga en extinción –que podría haber sido más graciosa- y un político corrupto que la secuestra, se pueden rescatar.