Ni lento ni perezoso
Surgido de la factoría de Hanna-Barbera en la década del ’50, el simpático mamífero llega a la pantalla grande. El film conserva sus características principales y extrae de ellas lo necesario para crear una historia simpática y sin pretensiones.
Es sabido que los dibujos animados norteamericanos pegaron fuerte en la infancia local, la de antes y no tanto la de ahora. Hay, desde luego, niveles de preferencias. Algunos se inclinan por los de la Warner, otros por los que creó la Disney. Y otros tantos por los toons de la productora Hanna-Barbera, responsable de Los autos locos, Los picapiedras, Scooby-Doo, y algunos más. Todas las criaturas responden al estilo y el humor de la compañía que les dio vida, en un gesto de coherencia estética que permite aunarlos. Los emparenta esos mínimos rasgos que a la vez los definen. Por ejemplo, Penélope Glamour es puro encanto (y con ese apellido no podía esperarse otra cosa), el Pato Lucas es un histérico crónico, Scooby-Doo es tan despistado como buen gourmet. La última característica podría incluir a varios de estos seres, fervientes amantes del buen comer y el buen vivir. Y allí está Yogi, con su corbata verde y su gorrito, oso antropomorfizado al que le es imposible no cometer desastres cada vez que sale en búsqueda de un plato suculento. Yogi vive en el parque de Jellystone acompañado por su amigo Bubu y custodiado por el guardiaparques, quien pese a todo no puede dejar de quererlo. El Oso Yogi, la película (2010) retoma esos rasgos y los potencia en la pantalla grande. Es un entretenimiento no pretencioso pero bien cuidado técnicamente, por momentos inocuo pero consecuente con el sencillo argumento que le da forma.
El parque está a punto de ser urbanizado por antojo de un intendente despiadado y sediento de poder. Frente a la inminente pérdida de su hogar, Yogi se las ingeniará para que eso no ocurra, pero su desmesurado amor por la comida –su máxima debilidad, como dijimos- le jugará malas pasadas. El guardaparques intentará lograr el mismo objetivo con un plan más coherente, ayudado por una bella documentalista. En determinado momento su colaborador devendrá enemigo, en el único rasgo de ambigüedad que presenta el relato.
La película apunta claramente a un público infantil, y dentro de esa categoría se dirige a los más pequeños, empleando la comicidad física como herramienta central en la construcción del relato. Por fortuna, no cede ante el transitado recurso de los guiños innecesarios o el humor escatológico, a la manera de la saga de Shrek. Dentro de su simpleza el film encuentra su autenticidad. En varios momentos nos recuerda a productos muy transitados en los ’80 y los ’90 (Beethoven; 1992, Pie grande y los Henderson; 1987). Vale la pena remarcar el interesante uso del 3D (se estrena en ese formato y en 2D también). El realizador ha optado por pasajes con profundidad de campo, lo que enfatiza la belleza de los escenarios naturales y le da un particular encanto a la historia.
El Oso Yogi, la película de seguro no pasará a la historia ni agregará un nuevo capítulo a la ya longeva vida de su criatura. Pero en su simpleza encuentra un público adecuado. Poco más de ochenta minutos para internarse en el corazón del bosque y salir sano y salvo.