Una película para el folklore del ascenso
El documental va de Ushuaia a La Quiaca para dar cuenta de esos equipos, esos jugadores y esos hinchas que no suelen salir en la tele. Peretti dirigió, escribió, entrevistó, fotografió y montó este film que está lleno de pasión, amateurismo y entrega.
“Vos sos de Burzaco, te la pongo, te la saco”, cantan, en el ómnibus que los espera a la salida, los jugadores de Atlético Claypole, que vienen de ganarle el clásico zonal, de visitantes, a San Martín de Burzaco, sin temer a pedradas ni pinchaduras de gomas (salvo uno, que les pide que canten un poco más bajito). “Yo soy de Burzaco, te la pongo, te la saco”, cantarán más tarde los veinte muchachos de la barra brava de San Martín en la tribuna, el día que salieron campeones de la D, demostrando que los cantitos de hinchada son tan reversibles como algunas camperas. Hincha de River, Federico Peretti no esperó a que su equipo descendiera para apasionarse por esa suerte de clase B deportiva que es el fútbol de ascenso. Primero empezó sacando fotos en partidos de la B, la C y la D; más tarde quiso poner esas fotos en movimiento. Tres años después, los esfuerzos de Peretti (que dirigió, escribió, entrevistó, fotografió y montó) dieron por resultado El otro fútbol, documental sobre el fútbol que no se ve en la tele. El de las categorías de ascenso, que Peretti recorre de Ushuaia a La Quiaca, de Puerto Nuevo a San Juan y de Devoto a Barracas.
Peretti da la espalda a toda sistematización, prefiriendo narrar de modo impresionista e intentando alguna clase de orden del material, con títulos que preceden distintas partes de la miscelánea. Lo que el realizador registra es, básicamente, el folklore del ascenso, la curiosidad, la estampa, los rituales. Rituales de automotivación, con el capitán del equipo haciendo su arenga en el vestuario, mientras sus compañeros hacen como un clinch de rugby. Curiosidad de nombres, cifras y datos, desde los 20 pesos que cuesta una popu en la C o la D, hasta el 13 a 1 con que Banfield surtió a Puerto Comercial, de Bahía Blanca, en el Nacional de 1974. Record recordado, con paradójico orgullo, por un jugador del equipo bahiense. Nombres de clubes como Automoto de Tornquist, Sansinena de Bahía, Los Cuervos del Fin del Mundo de Ushuaia o Yupanqui, de Capital Federal. “Juegan El Pampa, Lechuga y Bonito”, anuncia un técnico antes del partido, y uno tiene la sensación de que son nombres inventados, de cuento de Soriano o de sketch de Capusotto. Pero a no confundir: no hay la menor dosis de sátira o de burla en El otro fútbol, está claro que el realizador ama aquello que está mostrando. Seguramente por eso El otro fútbol está lleno de pasión, amateurismo, entrega, y ninguna violencia, apriete o patoterismo.
Llevado por su ojo de fotógrafo, Peretti encuadra tribunas de madera, de tres o diez filas (o directamente ninguna tribuna sino sólo un simple espacio fuera del perímetro), un par de caballos pastando en una canchita de pasto raleado, una lineman mujer (¿linewoman?), un relator que transmite parado al costado de la raya de cal. Esas imágenes fijas ayudan a darle a El otro fútbol una vena contemplativa, que lo aleja de todo costumbrismo. El resto son los “personajes”, el folklore encantador: un hincha que de tanto ir a ver a su equipo llegó a ser técnico, un increíble hincha de Lamadrid que parece Felipe de Mafalda, el aviso del lavadero de la zona (“Los jugadores transpiran la camiseta, nosotros hacemos el resto”), el jugador-colectivero, el referí-tachero (que cuenta que al terminar el partido los jugadores le manguean las tarjetas y el aerosol), el pastor evangelista llamado para infundir fe a un equipo perdidoso. La increíble historia de Pioneros, club del penal de Campana integrado por presidiarios y guardiacárceles, que llegó a competir por el Argentino C, perdiendo todos los partidos, y daría, sin duda, para un documental aparte.
Hay en El otro fútbol, como en todo buen documental, un desfile de hechos y de gente que el espectador tiene a su lado, pero ignora por completo. Aunque en verdad, para que El otro fútbol fuera del todo buena, habría que haber recortado bastante material de relleno (imágenes de partidos un poco al tuntún, una serie de penales sin valor en sí misma, unas cuantas “fotos” de más, algún clip desordenado), cuya única función parecería ser “engordar” el documental, para llegar a una hora y media que bien pudo haber sido imperdible.