La violencia está entre nosotros
Con El otro hermano, basada en Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued, Israel Adrián Caetano hace su mejor película desde Un oso rojo.
La filmografía de Israel Adrián Caetano venía medio a los tumbos después del fiasco del documental sobre Néstor Kirchner y de Mala, una película que siendo benevolentes podemos calificar de fallida, o sino de directamente mala, como anuncia su título. Pero se encontró con la historia de Carlos Busqued (Bajo este sol tremendo) que no solo es extraordinaria sino que además pertenece a su universo: un universo de desclasados, de gente al margen de la ley. Caetano vuelve con El otro hermano a su mejor forma: es su mejor película desde Un oso rojo.
La primera imagen, como en toda buena película, ya sienta las bases y anuncia el tono de lo que vamos a ver. Una especie de parada de micro muy precaria en un pastizal al costado de una ruta, una leyenda que dice “Morales intendente”, y un hombre con bigotes, lentes de sol, un celular primitivo en la cintura y una especie de maletín de esos que se llevan en la mano como una carpeta de cuero. Está esperando.
Ese hombre, veremos luego, se llama Duarte (Leonardo Sbaraglia). Y está esperando a Cetarti (Daniel Hendler), que llega -un poco tarde- en su auto. Cetarti viene de Buenos Aires. Duarte lo llamó porque tiene que reconocer los cuerpos de su madre y de su hermano, asesinados por un policía pareja de la madre que luego se suicidó. Cetarti no veía a su familia hacía años al punto que no parece muy afectado por la tragedia. Vomita cuando ve los cadáveres, pero porque están destrozados por culpa de los escopetazos.
Duarte se apura a que Cetarti firme todos los papeles y después le ofrece un tongo para cobrar un seguro de la Fuerza Aérea. Son 25 mil pesos y van mitad y mitad. Después Cetarti va a la casa de su hermano muerto: en realidad apenas son cuatro paredes de cemento en el medio de un pastizal y está repleta de porquerías. Decide quedarse unos días ahí hasta que Duarte arregle el tema del seguro.
Todavía no llegaron los títulos de la película y Caetano ya nos presenta dos personajes enigmáticos y una tensión casi insoportable, que se va a mantener durante las dos horas. Sabemos (intuímos, en realidad) que Duarte es un tipo peligroso. Es policía y tiene poder en ese pueblo. Su falsa simpatía esconde algo. Pero pronto vamos a ver que Cetarti, que en un principio parece un porteño indefenso ante la brutalidad provinciana -un poco a la manera de La violencia está entre nosotros, de John Boorman-, no tiene nada que perder ni tampoco ningún prurito en mezclarse en los negocios de Duarte si hay algo de guita a cambio para poder cumplir con su deseo de seguir viaje hasta Brasil.
El origen de la historia es un crimen brutal, el de la madre y el hermano de Cetarti, y la actitud de Duarte en la morgue nos hace pensar que hay algo raro detrás, que las cosas no fueron como él dice. Pero Cetarti no parece muy interesado en indagar más allá, y acepta sin protestar la sugerencia de Duarte de cremar los cuerpos. La historia no será, entonces, un policial acerca de un crimen. Pero esa incomodidad inicial no nos abandonará jamás.
No conviene revelar más detalles de la trama, porque la película juega todo el tiempo con nuestras expectativas. El pueblo que pinta Caetano está desolado y aunque por momentos la película tiene cierto aire de western, acá no hay un saloon, no hay sheriff, no hay cabaret, no hay absolutamente nada. Apenas un vendedor y comprador de chatarra (Pablo Cedrón) y algunos perros rabiosos.
Tampoco hay bajada de línea. Si el Oso (Julio Chávez) de Un oso rojo tenía cierta ética y era capaz de decir que “toda la guita es afanada”, los personajes de El otro hermano carecen de toda ideología o justificación para sus actos. Ni siquiera las víctimas de los crímenes más aberrantes son dignas de compasión. Y Caetano logra retratar sin subrayados este universo brutal. Sabe que es más efectivo un plano un poco más largo que lo usual de un zapato pisando un escarabajo, que mil flashbacks explicando el pasado truculento de un personaje.
Porque Caetano es, en resumen, un gran director de cine. Y en una historia como la de El otro hermano, es capaz de demostrarlo mejor que nunca.