La vuelta de Adrián Caetano a la pantalla grande genera una gran expectativa, ya que sus obras como “Crónica de una fuga”, “Pizza, birra y faso” y “Oso rojo” son alzadas como postulados del cine actual. El cineasta uruguayo logra encontrarse nuevamente con sus raíces y otorgar una visión fresca y desmesurada de la vida pueblerina.
El largometraje es una libre adaptación del libro “Bajo este sol tremendo” de Carlos Busqued, donde se dará vida a un western oscuro, nebuloso y enajenado para el público sumiso. El director empeña sus artilugios pasados para lograr un acabado técnico a la perfección, donde el maquillaje y los planos fijos son claves en una narración grotesca y (por momentos) asfixiantes.
La historia nos lleva a Lapanchit, Chaco, donde Cetarti (Daniel Hendler) va en busca de un dinero que puede obtener de un seguro de vida a raíz de una tragedia familiar, aunque en realidad sabemos que está perdido personalmente y esto le viene bien como excusa para acabar su sedentarismo y su depresión existencial. Su único anhelo es la de desembarcar un viaje a Brasil.
Su ayuda vendrá de la mano de Duarte (Leonardo Sbaraglia), un exmilitar con vida ratera y en busca de su autosatisfacción pero que a su vez es un gran estratega. Porque no existen los malvados tontos, o si lo son, no tienen influencia sobre las personas con las que arrasa. Duarte maneja su pequeño pueblo, él es dueño de la tierra que habita (en todos los sentidos). No es hasta que aparece ese taciturno extranjero que su mundo da un giro inesperado, y todo lo que parecía controlado comienza a licuarse.
La cinta se puede leer en dos partes, la noche y el día. Donde los por venir no serán en la oscuridad y donde el juego de la fotografía por parte de Julián Apezteguía entra en afán importante.
El mundo está constituido por hombres fuertes y en busca de poder, la representación femenina es aclamada por la inutilidad y la inocencia. Como es el caso del personaje de Ángela Molina que al darse cuenta de todo, o mejor dicho, al no soportar todo decide dar un vuelco esencial para la trama. Sin alejarse de la constitución misma de los personajes, se logra su final esperado pero no glorioso.
Pero el gran conflicto lleva a su clima y verosimilitud a través de la mano del medio hermano del forastero (Alian Devetac) residido en el pueblo y gran ayudante de Duarte. La performance del actor revelación hace que los cabos sueltos y la composición del relato llegue a su clímax de la forma más redundante y atrapante posible. La pérdida para él no es la misma que los dos adultos maduros que tiene a su alrededor, su camino pasa por otro lado. Y es ese enigma lo que teje y tiñe el melodrama que por no ser por ello podría terminar en un film de secuestro extorsivo, sin pasión y novedad.
Podríamos alzar al realizador aclamando con un simple regreso triunfal, pero estaríamos en gran medida olvidando que, al fin y al cabo, es “El otro hermano” la obra en sí, la que sale con desdén.
Puntaje: 4 /5