LOS RESTOS DE UN PAIS
1-Con El otro hermano, Adrián Israel Caetano entrega la que es sin dudas su película más oscura y terrible. El realizador toma como base el libro Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, para configurar un relato opresivo desde el minuto uno: la llegada de Cetarti (Daniel Hendler), empleado público recientemente despedido, al pueblo de Lapachito para hacerse cargo de los cadáveres de su madre y hermano, asesinados brutalmente a escopetazos, y su encuentro con Duarte (Leonardo Sbaraglia), militar retirado, albacea y amigo del asesino de su familia, con el que se verá metido en un par de negocios turbios -que incluyen el cobro por izquierda de un seguro de vida de la policía- es apenas un punto de partida, un comenzar a desandar algo más. Ese algo más es un mundo crudamente realista, palpable en su violencia, donde no hay salida, ni siquiera para el espectador: si en Pizza, birra, faso e incluso Bolivia había un margen de empatía con ciertos personajes, acá no hay de qué (y quién) agarrarse.
2-Si Francia, aún siendo un drama familiar, no dejaba de ser un film optimista dentro de la carrera de Caetano, en el que mostraba -aún desde una crítica solapada- una cierta confianza en las instituciones familiares y educativas, en el ámbito público como sostén de un país, El otro hermano es la contracara más pesimista. A tal punto es así, que si la película de 2009 protagonizada por Natalia Oreiro podía fácilmente definirse como “peronista” -y no en un sentido peyorativo, sino una forma de otorgarle identidad-, su más reciente film da la impresión de ser “post-peronista” (decir que es “post-kirchnerista” sería un tanto reduccionista). No es anti-peronista, porque lo que sobrevuela toda la narración no es una visión peyorativa del peronismo (como sí hay en El ciudadano ilustre), sino el desencanto y la desilusión con lo que pudo ser y no fue, con la promesa de un Estado presente y virtuoso que terminó derivando en un Estado corrupto y tramposo, que sólo puede establecer vínculos con la ciudadanía a través del dinero. Ahí están esos carteles de obras no concretadas (particularmente el del polo científico de la secuencia final) como marcas de lo que parecía que podía ser pero no fue, de los restos de un país que amagó con concretarse pero sólo se quedó en eso, en restos, en huellas de esperanzas derruidas.
3-Se podrá decir que Caetano habla desde y sobre el presente -aunque debe tenerse en cuenta, para evitar conclusiones apresuradas, que el rodaje de la película arrancó en enero del año pasado, cuando recién comenzaba el gobierno macrista-, pero lo cierto es que El otro hermano retrata a personajes cuyos presentes están condicionados por el pasado y por ende, sin chance de mirar hacia un futuro concreto. El Duarte de Sbaraglia es un reflejo cabal de las continuidades entre la última dictadura militar y los tiempos democráticos, alguien capaz de reciclarse sin problemas como agente de represión y corrupción; mientras que el Cetarti de Hendler, en su admisión de la inutilidad y desmotivación de su antiguo empleo, muestra a un Estado incompetente y burocrático, en una permanente y progresiva degradación. En cuanto al resto de los personajes, son una serie de víctimas pasivas, que sólo saben rebelarse desde la violencia e incluso la auto-violencia. A cada uno se le nota un pasado que implica décadas: el film habla de procesos, de largas duraciones condicionando los destinos de los personajes, no de presentes circunstanciales, y es ahí donde se intuye la desilusión con el peronismo, pero también con un sistema político general y ciertas convenciones culturales y sociales imperantes.
4-A diferencia de La patota, que se apoyaba en la impostura oral para enhebrar un discurso decididamente paternalista y excesivamente distanciado, El otro hermano sustenta su mirada desde adentro, con una puesta pegada a los personajes y un sistema de referencias muy particular y para nada arbitrario. En el film de Caetano conviven el dinamismo y flexibilidad genérica de Hugo Fregonese, los climas opresivos de la trilogía policial de Aristarain y la amoralidad de los dos films de Bielinsky, pero hallando en los puntos de contacto entre los cines de esos tres realizadores un diseño propio. La clave para esto está en el encuadre: a través de cada plano, el film configura un universo donde la relación entre el adentro y el afuera, el recorte de los cuerpos y las miradas de los personajes están marcados por la violencia. Hay más de medio siglo de cine argentino en el film -y hasta algo del Cronenberg de Una historia violenta y Promesas del Este en los cuerpos agredidos-, pero no como un mero compilado, sino para resaltar encadenamientos sistémicos y estructuras políticas puestas en crisis. Lo formal se da la mano con un contenido crítico en un cóctel explosivo, donde incluso el horror -particularmente desde el sonido y el fuera de campo- asoma de a ratos.
5-Es cierto que El otro hermano no es una película perfecta, precisamente porque Caetano está lejos de ser un cineasta perfecto, que domine todos los recursos cinematográficos con igual destreza. Por ejemplo, su filmografía ha entregado grandes actuaciones (Héctor Anglada en Pizza, birra, faso, Freddy Flores en Bolivia, Julio Chávez en Un oso rojo) pero también unos cuantos desniveles en ese rubro. Acá, por ejemplo, Sbaraglia luce un tanto sobreactuado y Hendler repitiéndose en su papel, aunque consiguen encontrar en unos cuantos pasajes la naturalidad necesaria. También se puede cuestionar cierto apresuramiento en las resoluciones finales, donde las piezas no terminan de encajar con total fluidez. Pero a cambio está ese plano final, donde la cámara, desde adentro de una camioneta, encuentra la metáfora perfecta para un país encerrado en sí mismo, donde rige la ley de la selva (con el Estado funcionando como paradójico garante de la ilegalidad) y sólo queda la huida hacia adelante. La desesperanza en El otro hermano adquiere un verosímil irrevocable y por eso pesa, impacta y duele.