Hay errores que acercan
Intercambio involuntario de recién nacidos en un hospital de Haifa, en plena Guerra del Golfo. Nace un bebe judío y un bebe palestino. Y el Hospital se confunde. Dieciocho años después, surge la dolorosa verdad. Y allí arranca esta bien intencionada fabula moral sobre la paternidad, la verdad, la reconvención y el amor. La historia es rica en posibilidades, un drama que se potencia porque en este caso el Otro es el enemigo. La idea de que ese hijo no sea suyo y que el verdadero haya crecido en medio de otra cultura, otra lengua y otra religión, acrecienta el drama. Pero más allá de un comienzo titubeante pero prometedor, el filme se derrumba al apegarse a lo políticamente correcto y asumir los trazos estereotipados de un teleteatro aleccionador. Nos habla del amor al prójimo, de la necesidad de dejar a un lado las diferencias, por profundas que sean, del buen ejemplo que dejan estos hijos confundidos que con bastante naturalidad se mudan de familia y se hacen amigos. ¿Quién ama más, el que le dio la sangre o el que le dio el hogar? ¿Qué es la identidad y hasta dónde se extienden los valores adquiridos? ¿Cómo se hace para rehacerse para cambiar idioma, credo, deberes patrióticos y cultura? Hay temas para hincarle el diente, pero la realizadora francesa prefiere convertir a todos en gente buenísima. Un par de discusiones y un ataque callejero, puestos como para agregar al menos algún contratiempo, huele también a cosa armada. La moraleja suena forzada: sólo la inocencia y el azar son capaces de poner un poco de tolerancia entre tanto enfrentamiento.