La emoción prima en visión optimista de un largo conflicto
“El otro hijo” (“Le fils de l’autre”), la tercera película de la francesa Lorraine Lévy y primera en estrenarse localmente, plantea una situación perfectamente imaginable en la que, al momento de nacer, son intercambiados dos bebés, uno israelí y otro palestino.
Pero este hecho recién se revelara muchos años después cuando uno de ellos, adolescente casi adulto, sea sometido a una revisión médica para el servicio militar y se compruebe que su grupo sanguíneo es incompatible con el de sus progenitores. Será su madre, de profesión médica y única capaz de asegurar que el padre de la criatura es su esposo, quien comenzará a investigar lo ocurrido. Y serán las pruebas de ADN más el recuerdo de que, al momento del nacimiento, la caída de un misil SCUD en el hospital de Haifa pudo haber sido la causa del intercambio, lo que le confirmará que Joseph (Jules Sitruk) no es su hijo. Al profundizar la búsqueda hará irrupción Yacine (Medí Dehbi), quien vive en territorio palestino y en verdad es judío.
La comprensiva reacción de ambas madres contrastara fuertemente con la intransigencia de sus respectivos maridos, lo que se manifestará por ejemplo durante una visita de los progenitores judíos a sus pares en territorio palestino.
Orith, la esposa israelí, interpretada por la excelente Emmanuelle Devos (“Lee mis labios”, “El latido de mi corazón”), se irá acercando a Yacine. Pero aún más fuerte será el lazo que teja Leila (la sorprendente Areen Omari) con Joseph. Este sueña con ser músico y de hecho sabe cantar no sólo en hebreo sino también en árabe. Justamente una de las escenas más emocionantes se producirá cuando viaje solo a visitar a sus verdaderos padres y en el medio de la cena se ponga a cantar. Logrará que todos, incluido un hermano que hasta ese momento lo rechazaba, entonen juntos una canción en árabe, seguramente muy popular.
También se producirá un acercamiento entre los jóvenes “intercambiados”, particularmente en una escena en las playas de Tel Aviv, donde Joseph suele ganarse unos pocos shekels vendiendo helados. Yacine se ofrecerá a reemplazarlo en dicha tarea y su carácter más extrovertido le rendirá mayores frutos (económicos) y en noble gesto propondrá compartir las ganancias.
Hacia el final un mensaje más bien optimista dominará al film. Sin duda, la directora propuso una visión positiva sobre una situación que en verdad se revela conflictiva y de difícil solución. Quizás su mensaje pueda leerse como una crítica a el (los) gobierno(s) que impide(n) se encuentre una solución. Y también es probable que haya querido subrayar que finalmente, árabes e israelíes (todos semitas) comparten más puntos en común y afinidades que lo que ellos mismos logran percibir.