El conflicto que nadie desea
El cambio de bebés recién nacidos es una constante en el imaginario popular. Constituye uno de esos arquetipos que atraviesan todas las épocas mediante relatos diversos: históricos, familiares, míticos, literarios. Amenizan tanto la tradición escrita cuanto la tradición oral y representan conflictos de variada gravedad, según sean las circunstancias. A veces son el nudo de alguna tragedia (al más puro estilo griego) y a veces pueden rozar lo picaresco.
Este tópico, el de los bebés intercambiados al nacer, es el que eligió la directora francesa Lorraine Lévy en “El otro hijo”, cuyo título original literalmente es “El hijo del otro”.
El caso sucede en la frontera palestino-israelí. Resulta que en Tel-Aviv, el joven Joseph Silberg, al cumplir los dieciocho años, quiere ingresar al ejército, con la esperanza de seguir los pasos de su padre, un prestigioso oficial. Al realizarse los análisis médicos de rigor, salta un dato revelador: su grupo sanguíneo es factor RH positivo. Siendo sus padres los dos RH negativo, biológicamente es imposible que el chico resultara positivo.
A partir de allí, la madre de Joseph, que trabaja como psicóloga en un hospital, empieza a investigar qué es lo que ha ocurrido con su bebé, enfrentando todo tipo de obstáculos, incluso las sospechas de infidelidad que pesan sobre ella.
Así, llega a descubrir que aquel día, dieciocho años atrás, en el que dio a luz a su niño, ocurrió un hecho desgraciado que afectó al hospital donde se realizó el parto. Fue en Haifa, ciudad que en la noche de ese día sufrió un duro ataque con morteros de parte de las fuerzas enemigas, y el hospital debió ser evacuado de urgencia.
Al volver las cosas a la normalidad, se produjo una confusión con las incubadoras y su bebé fue a la habitación contigua, donde el mismo día había dado a luz una mamá palestina. En tanto que el hijo de aquella mujer, fue el que el matrimonio israelí crió como propio.
La madre de Joseph contacta con quien fuera el director del hospital de Haifa en aquella época, quien realiza una investigación y corrobora el error. El médico convoca a los dos matrimonios, los impone de los hechos y les ofrece asistencia para superar el mal trago, aunque advirtiéndoles que ninguna de las opciones que tienen será totalmente satisfactoria para ninguno.
El relato de Lévy es extremadamente formal y esquemático, utiliza un tono prácticamente de fábula moral, a través del cual muestra las distintas instancias emocionales y psicológicas que atraviesan los personajes al enfrentarse con el problema, en un contexto de alta conflictividad religiosa y racial, como es el Medio Oriente.
Las madres son las más flexibles y las que instan todo el tiempo a aceptar lo irreversible y estimular el contacto entre las dos familias. Los hombres manifiestan enojo, irritación y frustración, hasta que poco a poco van cediendo. Y los chicos, que recién están aprendiendo a desempeñarse en ese mundo tan complejo, tienen que hacer frente a una nueva realidad que hace sus vidas todavía un poco más complicadas.
Sin embargo, todos logran evitar la respuesta violenta, aun cuando sufren fuertes presiones de sus respectivos entornos, donde la violencia es el lenguaje común. De algún modo las dos familias se acomodan a la nueva realidad, aunque con diferentes expectativas según sea el lugar que les toque en la historia.
La propuesta de Lévy es sensible y tierna, donde la clave es la aceptación del otro y la resolución del conflicto apelando a los valores humanitarios universales, y hasta invita a verlo como una oportunidad para el cambio.