El cineasta prolífico pone en mesa una de las mejores obras del año.
El director finés reconocido por sus películas tétricas vuelve a la pantalla grande con muchas expectativas en el público cinéfilo luego de su paso por el Festival de Berlín de este año.
Los hechos de esta historia transcurren en Helsinki, la ciudad más grande y capital de Finlandia, y se centra en dos personajes disfuncionales. El señor Wikhström, un hombre de más de 50 años quien deja a su esposa para emprender su sueño de tener su propio restaurante. Y Khaled, un refugiado sirio que no desea otra cosa que reencontrase con su hermana (quien logró escapar también) tras perder a toda su familia.
Ambos sujetos tienen diferentes puntos de narración. Para el hombre mayor se concentra una comedia absurda, muy parecido a los personajes que nos ofrece el sueco Roy Andersson y para el joven extranjero se usa el gran armamento del film al utilizar su figura como representación de los inmigrantes del país nórdico. La ebullición ocurre cuando estos dos mundos se cruzan y deben compartir ideas y puntos de vista.
Al igual que el principio de la obra, casi 98 minutos del metraje serán mudos. La música tendrá un papel importante en cada situación que deberá enfrentar Khaled contra la depresión y la impotencia. Y su relación más relevante es la de otro inmigrante de Irak con quien comparte angustias y problemas. Este sujeto que ya se va acomodando en el pueblo frío, ayuda al protagonista con llamadas desde su celular para conseguir la ubicación hermana perdida.
Como ocurre en “La terminal” de Steven Spielberg, el largometraje pone en juicio al inmigrante, al no reconocido por otras naciones, el “no es mi problema”. Pero en está ocasión, no importa si su seguridad está en riesgo si es que lo hacen volver a sus tierras. El extranjero no pertenece a esta ciudad, a esta cultura. No es bienvenido, a menos que en casos extraordinarios sean obligados a darle una contienda.
Antes de partir, Zygmunt Bauman nos comentó en su último libro que “Los refugiados se han convertido en unas patatas calientes para los gobiernos. Esos nómadas […] nos recuerdan de manera irritante, exasperante y hasta horripilante la ¿incurable? vulnerabilidad de nuestra propia posición y la fragilidad endémica de ese bienestar nuestro que tanto nos ha costado alcanzar”. Kaurismäki es un mero pintor de este retrato desatado en Europa, tratando al fin al cabo de darle una definición y algo de luz a la situación caótica en el mundo.
“El otro lado de la esperanza” es una película optimista, mostrando la mejor cara del director finlandés y hablando sobre aquello que no tiene voz, o a los que lamentablemente no son escuchados.
El anuncio oficial del retiro de Kaurismäki dejará su filmografía sin continuidad. Por lo menos, hasta que la fría helada de su país lo agarre nuevamente con la cámara en la mano.