La película de Olivier Assayas es una ficción cerebral sobre el paso del tiempo en la vida de una actriz.
Tal vez el cine no sea el medio más adecuado para reflexionar sobre el tiempo. Y tal vez tampoco los vaivenes emocionales de una actriz famosa sean un tema atractivo para un espectador medio. Si a esos obstáculos iniciales se les suma la dificultad que implica insertar dentro de la historia principal el ensayo de una obra de teatro cuyo argumento refleja y distorsiona a la primera historia, entonces la película parece directamente inviable.
La buena noticia es que Olivier Assayas (el autor de la magnífica miniserie Carlos, sobre el terrorista venezolano) consigue superar casi todas esas dificultades y llegar a la última escena con la dignidad de quien ha estado a la altura de sus ambiciones.
El resultado, por cierto, es una ficción demasiado cerebral, que va perdiendo calor dramático a medida que avanza por el sinuoso camino que se ha trazado a sí misma. Pero esa frialdad se ve compensada por la intensidad de las actuaciones de sus dos protagonistas: Juliette Binoche, en el rol de la actriz famosa Maria Enders, y Kristen Stewart, que interpreta a su joven asistente, Valentine.
El desafío del tiempo le llega a Maria Enders en la propuesta de volver a actuar en la obra de teatro que la lanzó a la fama cuando tenía 18 años. La diferencia es que ahora debe interpretar a Helena, la empresaria de 40 años que se enamora de Sigrid, una joven empleada seductora, que fue el papel original de Maria y que en esta nueva versión será asumido por una jovencísima estrella de Hollywood (Chloe Grace Moretz). Este personaje le permite a Assayas compartir su visión irónica y a la vez fascinada del cine norteamericano.
Maria siente que los años le ponen un espejo frente a la cara sólo para mostrarle lo que ya no es, lo que ya nunca volverá a ser. El ensayo de la obra teatral y los diálogos que mantiene con su asistente son el contenido fundamental de El otro lado del éxito, todo enmarcado en el tremendo paisaje alpino de Sils María, que si bien está perfectamente integrado a la trama, más de una vez se impone por su propia presencia y rebaja la tensión dramática a mera contemplación.
En términos cinematográficos, la virtud de Assayas es retratar ese universo artificioso con un naturalismo sutil. Su cámara no persigue la cruda verdad, sino que explora la materialidad de las cosas y revela que también son ilusorias. En todo caso, cuando expone los cuerpos de ambas mujeres (los kilos de más de Binoche desnuda o un rollito inesperado de Stewart, por ejemplo) traspasa el fetichismo (el propio y el de los espectadores) y se sumerge en la belleza como si esta fuera el agua en la que se bañan sus dos protagonistas en la escena más memorable de la película.