La sensibilidad por las nubes
La nueva película del director de Irma Vep, protagonizada por Juliette Binoche y Kristen Stewart, confirma que el de Assayas –como el de Truffaut– es un cine de las emociones y que su clasicismo está atravesado por la modernidad.
Se ha escrito muchísimo sobre el cine del francés Olivier Assayas, de sus relaciones directas e indirectas con la nouvelle vague –de la cual, puede discutirse pero no tanto, es uno de sus herederos dilectos–, de sus pasiones cinéfilas y de su pasado como crítico en la legendaria Cahiers du Cinéma. Y si se piensa nuevamente en el concepto de “autor cinematográfico” acuñado por algunos cahieristas de antaño, una reflexión sobre su último largometraje, El otro lado del éxito, permite adivinar filiaciones no sólo con su propia obra sino con una parte significativa del cine de François Truffaut. Como muchas películas del director de Los cuatrocientos golpes, Clouds of Sils Maria (su menos prosaico título original) reconstruye el cine de género a partir de un posible neoclasicismo narrativo –un clasicismo no salpicado, sino atravesado por la modernidad– y se apega a los personajes, los piensa y construye como alguien cercano y querido, y así los presenta al público. El cine de Assayas, como el de Truffaut, es un cine de las emociones, materia prima de la mayoría de sus películas.En este caso, como en Irma Vep –una de sus obras maestras indiscutibles– hay cine dentro del cine. Aunque en mayor medida hay teatro y una actriz en el centro de la escena. Se habla de teatro, se ensaya una obra, se piensa en las intenciones de su autor y sobre el accionar de los personajes. Y lo dicho: hay actrices. Más de un espectador pensará, en particular durante el último tramo de proyección, en ese clásico del teatro en el cine, La malvada; de nuevo la cinefilia como faro, nunca como tótem, la cinefilia como punto de anclaje para relacionarse con el mundo. Juliette Binoche, una de las grandes actrices de su generación y de otras también es Maria Enders, una gran actriz del cine y del teatro, “descubierta” cuando aún era muy jovencita por el gran dramaturgo Wilhelm Melchior, quien acechará la pantalla de principio a fin a pesar de nunca aparecer en ella.Rodada en idioma inglés a conciencia –elección relativamente justificada en la trama–, El otro lado del éxito comienza sobre un tren en movimiento, con llamados a varios celulares que se cortan constantemente, como en un thriller. Quien atiende es Valentine, la asistente de Enders, una chica que tiene las facciones de Kristen Stewart y que demuestra nuevamente –ya lejos de la compañía de los chicos vampiros– talante, presencia y talento. Hay un homenaje al gran Melchior esa misma noche, pero antes de que el tren se detenga el viejo hosco y algo ermitaño se muere. No habrá cambio de planes (el show siempre debe continuar), aunque Enders y Valentine serán invitadas por la viuda a pasar unos días en la enorme casa alpina del autor, en una de esas bellísimas regiones montañosas de Suiza, Sils Maria, en el distrito de Maloja, donde el mismísimo Nietzsche pasó varias temporadas de verano antes de su descenso a la locura y el geólogo y cineasta Arnold Fanck –el creador del “film de montaña” alemán– filmó un documental sobre las particulares formaciones de nubes que recorren el paisaje de tanto en tanto. Nuevamente la cinefilia: algunas imágenes de ese corto documental y su contrapunto, un registro actual del fenómeno climático, forman parte esencial del desarrollo dramático de la película.El “conflicto” en términos de dramaturgia tradicional es previsible: ¿accederá Enders a subirse nuevamente a las tablas, décadas más tarde, ya no para interpretar a esa joven que seduce a su superiora en la oficina sino al personaje mayor, la mujer fatalmente enamorada? Hay otros conflictos, ya sin comillas: el paso del tiempo y las edades (Assayas pone en escena una magnífica y nada gratuita escena de desnudo en el lago), las relaciones y choques de egos, la vida privada y la pública, el pasado que regresa, el cine popular versus el Arte con mayúsculas, que la película pone en tensión pero, afortunadamente, no termina de tomarse del todo en serio. Las lecturas de algunos diálogos de la obra están entre lo mejor de la película: la interacción entre Binoche y Stewart, antes de la aparición da la joven promesa (Chloë Grace Moretz), resulta tan sólida desde lo actoral que algunos de los detalles más obvios en la relación especular entre los personajes de la obra, los del film e incluso los de la vida real pueden pasarse por alto.El relato abandona en la última media hora el concepto volátil que la sucesión de escenas y temas mantenía hasta ese momento, jugados a un tono que nunca llega a ser del todo melodramático ni del todo realista, y apura los motores, al tiempo que gana en una gravedad casi bergmaniana. A partir de ese momento, Clouds of Sils Maria pierde un poco de su gracia y se torna algo banal y caricaturesca, como si Assayas desconfiara de la fuerza de lo construido hasta ese momento.