En la sinopsis de El otro lado del éxito resuena la trama de aquella otra película del director Olivier Assayas que fue, en muchos casos, nuestra puerta de entrada a su filmografía: Irma Vep, extraordinaria, con la hongkonesa Maggie Cheung haciendo de sí misma. Pero en esta historia de una actriz veterana que ensaya un papel complicado en un pueblito de Suiza con la ayuda de su asistente hay menos de Irma Vep que de, por ejemplo, Persona, de Ingmar Bergman, y aunque El otro lado del éxito es más luminosa que el dramón oscuro del sueco, en última instancia también habla de las mujeres, lo femenino y el paso del tiempo.
Maria Enders (Juliette Binoche) acaba de aceptar un papel en la misma obra que veinte años atrás la lanzó al estrellato, aunque obviamente en otro rol. La obra cuenta la relación tortuosa entre una mujer madura y una joven ingenua de la que se enamora. Hace veinte años ella era la joven ingenua; hoy es la mujer madura. La actriz que hace veinte años hizo de mujer madura se suicidó poco después. Dicen que su método de actuación anticuado contrastaba con el de la fresca y moderna Maria.
Con todas las dudas y las inseguridades, sin terminar de aceptar del todo que ahora es ella la que sucumbe ante la juventud inasible de su objeto de deseo, ensaya el papel con la ayuda de su asistente Valentine (una mágica y misteriosa Kristen Stewart). Las dos interpretan los diálogos de la obra y conversan también acerca de los personajes y de la vida.
Casi toda la película -lo mejor de la película- es la relación entre ellas dos. La puesta en escena de Assayas nos lleva a confundir por momentos cuándo están dialogando ellas y cuándo están interpretando los diálogos de la obra pero no hay ambigüedad: es claro el juego de espejos, las similitudes, las diferencias entre la vida y la obra, la tensión sexual.
Es tan potente el dúo Binoche-Stewart que opaca un poco a la tercera pata de la historia: la actriz que interpretará el papel que hizo Maria Enders de joven, la que volverá loca a su personaje con su juventud impetuosa. Se trata de una hermosa actriz norteamericana, una estrella de Hollywood con una vida turbulenta, víctima y protagonista de la prensa amarilla, que actúa en blockbusters de superhéroes pero tiene interés en el teatro. Su nombre es Jo-Ann Ellis y la interpreta Chloë Grace Moretz, en una decisión audaz de casting, que entra en escena con un delicioso conjunto de clips que mira Maria en YouTube pero hacia el final se desinfla. La película es Binoche-Stewart.
Assayas es tan honesto y confía tanto en lo que quiere contar, que hasta se da el gusto de poner en boca de Valentine una defensa al cine de superhéroes, al cine que supuestamente es el opuesto al que está haciendo. “Su personaje es estúpido”, dice Maria después de ver la película que protagonizó Jo-Ann. Y Valentine, con una remera de Batman, le contesta: “¿Porque transcurre en una nave espacial? Si fuera en una granja o en una fábrica, te encantaría.” A diferencia de ese mexicano de cuyo nombre no quiero acordarme, Assayas tiene la inteligencia de plantear preguntas en lugar de propinar respuestas sin temor a que su discurso parezca endeble porque confía en él, confía en nosotros y confía en el cine.