Bergman siglo XXI
Una actriz madura enfrentada a los recuerdos de un personaje que interpretó veinte años atrás, al actor con el que mantuvo una relación conflictiva, a la nueva (joven y aparentemente frívola) actriz que encarnará ahora aquél rol, a un reciente divorcio, a la muerte imprevista de un director que aprecia y … al paso del tiempo. De eso se trata esta nueva obra de uno de los directores en actividad más interesantes: Olivier Assayas (1955, París, Francia), el mismo de las excelentes Irma Vep (1996), Clean (2004), Las horas del verano (2008) y Carlos (2010).
“Me obsesionan las mujeres fuertes”, declaró hace poco Assayas, lo cual es evidente conociendo algunas de sus películas, e incluso otras de las que fue coguionista (como Toda una mujer y Apasionados, de André Techiné). También le interesa, claramente, lo que se vive en los recodos de la preparación de una obra cinematográfica o teatral.
En El otro lado del éxito (rústico título en castellano que reemplaza al original, relativo a un misterioso fenómeno que ocurre con las nubes en una bella zona alpina), una suerte de puesta en abismo introduce al espectador en las dudas, miedos y conflictos personales de aquella actriz y su joven asistente-confidente. A través de la intervención de algunos personajes secundarios se suman, asimismo, otras miradas sobre ese mundo condicionado por el asedio a la intimidad, viajes, contratos y negociaciones. En algún punto el film se toca con Irma Vep, y así como allí asomaban fantasmales imágenes de un extraño film mudo, aquí se recurre a otro (Phénomène nuageux de Maloja, de Arnold Fanck), que se ve en la pantalla de un televisor mientras un personaje desliza en voz alta una reflexión que deja en evidencia la devoción cinéfila de Assayas.
En los diálogos entre María (la actriz) y Valentine (su asistente) –sinuosos, a veces descarnados– en la morada invernal que comparten circunstancialmente, hay ecos del cine del sueco Ingmar Bergman (1918/2007), aunque aquí la cámara, en vez de detenerse en primeros planos sobre máscaras femeninas, prefiere seguir elegantemente sus movimientos: así se despliega una secuencia notable como la de la desaparición o huída de uno de los personajes principales, cerrada con un fundido a negro y una elipsis que elude explicaciones. El micromundo aparece surcado ahora, además, por teléfonos celulares que suenan o se cortan con frecuencia, computadoras donde se googlean nombres y videos, e incluso estimulantes discusiones assayanas, como esa oposición películas pochocleras-películas serias que surge entre entre María y Valentine.
Habrá quien se fastidie por el exceso verborrágico o por cierto giro benévolo que asoma hacia el final, pero las porciones de intensidad y agudeza de El otro lado del éxito son sustanciosas. A la pasión puesta por el guionista-director se agrega un correcto desempeño de sus intérpretes, incluyendo Kristen Stewart (a pesar de esa hosquedad que suele transmitir), Chloë Grace Moretz (aquella nena de La invención de Hugo Cabret), Ángela Winkler y, claro, Juliette Binoche, lanzando sonoras carcajadas bañándose desnuda en un lago, emocionándose febrilmente ensayando su personaje, o exponiendo a cara lavada su rostro angustiado. Y es que tanto en la obra de Assayas como en las actuaciones de Binoche no suele haber divismo o glamour sino, en todo caso, chispazos de ese cruce de emociones y contradicciones que llamamos vida.