Juliette Binoche es una de esas actrices que realmente ponen en juego aquella famosa frase de Godard que dice que toda película es un documental de sí misma. En este como en otros materiales, uno podría olvidar la narrativa y pasarse la película entera deteniéndose únicamente en la apreciación de su trabajo actoral: en lo genuino de los cambios en su mirada, en la intensidad de su voz, en la frescura relajada de su cuerpo en relación a la cámara. Assayas la dirige con maestría; la pone en dificultades que ella sortea con profesionalismo y elegancia pero sin perder jamás la fuerza dramática: debe resultar mágico fotografiar a alguien con esa capacidad de entrega y autenticidad, que resulta una belleza extraña dentro del mundo de la afectación, la hipérbole continua y las operaciones para modificarse el rostro y el cuerpo al que estamos acostumbrados. La Binoche es un alivio en su adultez y ambigüedad.
Justamente por eso resulta perfecta para El otro lado del éxito, donde interpreta a María Enders, una actriz muy famosa que debe viajar para recibir un premio en nombre de su mentor Wilhelm Melchior, escritor y director responsable en gran medida de su prematuro salto a la fama. María viaja a todas partes con Valentine, su asistente personal, que se encarga de administrar su vida y de ayudarla para aprenderse los textos de memoria. Es también su conexión más evidente con el mundo de la prensa en internet, el chusmerío de espectáculo, los escándalos mediáticos de los actores jóvenes y un modo de hacer cine supuestamente “poco-serio” vinculado a “colgarse de una soga adelante de un telón verde”, como ironiza María al explicar su rechazo a un papel en la secuela de una saga de súper héroes. Kristen Stewart, la actriz que interpreta a Valentine, es en la realidad la protagonista súper estelar de la saga Crepúsculo: representa realmente ese recambio generacional. La película se estructura entonces en un juego de espejos entre la realidad y la ficción, y va abriéndose como quien juega con matrioshkas, esas muñecas rusas que se esconden una adentro de la otra.
Frente a la muerte de su mentor, María acepta volver a ser parte de la obra de teatro que la llevó a la fama: La Serpiente de Maloja. Es un texto sobre una empresaria que se enamora locamente de una jovencita que la utiliza y manipula, haciéndola perder todo y desbarrancar su vida. En la primera versión María contaba con diecisiete años e interpretaba a la joven y seductora Sygrid, pero ahora la convocan para el papel de Helena, la empresaria casi inducida al suicidio por su amor maldito. María y su asistente viajan a una casa en las montañas donde se dedican a la lectura de los diálogos de la obra y a la creación del personaje, y es allí donde el relato se interna en sus temas centrales: la pérdida de la juventud, el miedo a la madurez, la inclusión de la puesta en escena en la vida cotidiana, la relación entre creación y deseo. ¿Es posible salirse de ciertos personajes que nos hemos creado y en los que hemos creído?
Pienso en Birdman, en esa mirada absurda sobre el mundo del espectáculo donde todos son una especie de monstruos grotescos. Aquí la “famosa” es una mujer de carne y hueso, con sus batallas ganadas y perdidas, su encanto y sus neurosis, humana y movida por algunas emociones que puede confrontar y por otras que ni siquiera conoce. Es un personaje complejo y comprensible atravesando una crisis, pero no en función de algo que va a pasar luego, no en función de la resolución del problema. No importa mucho qué pasa después, sino la voluntad de detener nuestra mirada en lo que pasa ahora, en ir más y más hondo en la contemplación y la comprensión de un pedacito de tiempo en una vida, en un vínculo. Incluso, si bien la película opina en la voz de sus personajes sobre el cine de súper héroes,la evolución de los códigos de actuación o la relación con los medios de comunicación, siempre lo hace de modo ambiguo, planteando preguntas más que respuestas, eligiendo ilustrar los espacios de reflexión y discusión con varias voces disímiles.
La relación entre actriz y asistente va creciendo en intensidad con sutileza, ayudándose por un montaje muy fresco y caprichoso, lleno de errores de continuidad, donde cada escena termina casi aleatoriamente con un fundido a negro. Esta estructura en viñetas separadas brinda a la película un ritmo peculiar, lento, con una cadencia precisa que se acompaña muy bien con poca música y mucho sonido ambiente cercano al silencio. Es como un rompecabezas ultra sofisticado, como en el mejor Assayas (pienso en Clean y en Demon Lover) porque los personajes se piensan a sí mismos de un modo perezoso e inconcluso, abriendo una gran brecha entre su conciencia y sus acciones; sus contradicciones más hondas aparecen, como en la vida, en pequeños gestos y palabras, en la manera en que se paran una frente a otra, en las tonalidades de la voz. El ámbito de las montañas aporta una aislada y honda belleza, sirviendo como marco simbólico para el deseo que comienza a surgir mientras practican los diálogos de la obra, comparten diferentes puntos de vista, se ríen, descubren, interpretan, se pelean y consumen una en la otra. La narrativa prácticamente se detiene y el mundo real, con otros personajes y conflictos (sobre todo el de Chloë Grace Moretz como la nueva Sygrid) sirven como irrupción en ese universo de ensoñación entre ficción y realidad que no deja demasiado lugar para nada más.
Hacía mucho tiempo que no veía contar el paso de la tarde con un plano tan hermoso como el de Juliette Binoche y Kristen Stewart durmiendo en la montaña. No logro dar con las palabras, pero intento transmitir que quienes disfrutamos plenamente de discusiones estéticas y artísticas, o hemos participado de procesos de creación colectivos, podemos encontrar en esta película una pintura fiel de lo entreveradas que son las relaciones que giran en torno al trabajo sensible, y cómo la autoridad, los roles de poder y los vaivenes del deseo se entremezclan y se cuelan por todos lados. Me da gracia que tantas personas hablen de esta película como “cine arte”, o “cine muy francés”, desmereciéndola por eso, como si eso fuera un motivo de desprecio, como si eso fuera “algo” concreto. Lo que sé es que encontré un material lleno de guiñadas, construido con un trabajo ensimismado y genuino, y si bien el contexto puede resultar “banal”, no es menos banal un personaje por ser pobre o por ser esclavo o lo que sea: depende de cuán interesante resulte la forma en que está elaborado y actuado. Y dejo de escribir porque siento que este texto no logra nada más que un retrato confuso; no sé, tal vez esté bien así. Al fin y al cabo, intenta reflejar una película llena de trampantojos: esos efectos de las pinturas barrocas en los que una imagen se repetía adentro de otra hasta el infinito.