“El otro Maradona” se inscribe dentro de los documentales que intentan con los minutos realizar una suerte de retrato humano. Puede o no ser sobre una persona famosa, porque en definitiva, se trata de llegar, por un lado, a través de las imágenes, y de lo que el personaje en cuestión dice por el otro, a un fondo de cuya base nace la empatía por parte del espectador.
En éste sentido Goyo Carrizo es un perfecto ejemplo del lado B del éxito. Para no entrar en polémicas, es el éxito entendido como la fama, el reconocimiento por algún talento, y por supuesto el dinero en cantidad suficiente como para modificar sustancialmente la calidad de vida en términos de posesiones terrenales. El hombre de Villa Fiorito nació nueve días antes que Diego Maradona, y durante la infancia compartieron potrero con los “cebollitas” al punto de poder compararse al transcurrir del tiempo.
Ezequiel Luka y Gabriel Amiel logran un producto sólido que marca claramente los sueños y frustraciones que se dan a partir de circunstancias determinadas. Poco a poco el espectador ira conociendo las particularidades de éste hombre hecho a pulmón. El fútbol, la familia, el barrio, todo su entorno está presente para construir el contexto en el cual se mueve Goyo, otorgándole al espectador la posibilidad de conocer bien a flor de piel como es llegar hasta allí. El “casi” de una vida llena de proyectos fundados en una posibilidad, en este caso la del fútbol.
Los directores van a fondo con su propuesta tomándose el tiempo para seguir esta vida llena de lecturas constructivas. En este sentido es el propio retratado el que colabora con su transparencia.
Desde el arranque podemos ver a un personaje reconocido por la juventud de una banda de rock que le dedica la letra de un tema. Es, acaso, una forma de reconocimiento a otro tipo de trayectoria. Ese que está más cerca de lo terrenal.