En la profundidad de las serranías cordobesas se encuentra un pueblo, San Marcos Sierras. En el que vive poca gente, las calles son de tierra, la tranquilidad es absoluta, y allí regentea un complejo de cabañas turísticas Rodrigo (Guillermo Pfening), un ser hosco, ensimismado y apático. Tiene una novia, Marina (Mara Santucho), o eso es lo que piensa, porque ella lo esquiva constantemente.
A esa localidad llega con una pequeña mochila desde Buenos Aires, Juan (Juan Ciancio), un adolescente de 17 años, en busca de alguien. Él es decidido, aparenta seguridad en sí mismo. El encuentro casual con Rodrigo hace que él lo lleve a refaccionar las cabañas a cambio de casa y comida. Ambos comparten una manera de ser, son callados, hablan lo justo y necesario, pero no por timidez sino porque no tienen mucho para contar, aunque eso no significa que sean inexpresivos, porque lo manifiestan de otro modo.
La película de Julián Giulianelli se sumerge en la relación que hay entre ellos. Mientras trabajan y también en los momentos libres.
A cuenta gotas se revelan sutilmente cuestiones importantes del pasado de los protagonistas. Hay algo que podemos sospechar, pero no confirmar. Este punto es fundamental a lo largo del film, porque nunca se dice todo abiertamente. Jamás sabremos por qué Marina rechaza a Rodrigo. Tampoco él le consulta a Juan que lo motivó, siendo un menor de edad, a viajar a ese lugar. Sobran los silencios y faltan las preguntas justas para que la historia pueda avanzar inexorablemente.
Hay muchas incógnitas que no se develan, ninguno quiere o se atreve a tomar la iniciativa. Los días transcurren plácidamente, salvo algún altercado, guiados por el modo de vida local. Mucha calma y parsimonia.
La música está presente a lo largo del relato utilizándola como un elemento importante, tanto la instrumental como la cantada. Rompe con la monotonía y altera un poco la dinámica perezosa con la que se desarrollan las situaciones.
Lo más rescatable de la realización son los climas creados en cada escena. Los vínculos, producidos por gestos y acciones, no por los diálogos que son escuetos,, pero junto con la gran fotografía, es lo más logrado.
Por otro lado la falta de profundidad y evolución de los conflictos perjudican notablemente el desarrollo de la histotia. No hay puntos de giro lo suficientemente fuertes como para que hagan variar la postura inicial de Rodrigo o de Juan, y con esta tesitura la narración podría continuar así, eternamente.