Bajo llave
El pacto es una película cien por ciento de terror, género en el cuál no suelo incursionar, no porque me parezca menor, sino simplemente porque me muero de miedo. Entonces, termino mirando abajo de la cama antes de acostarme, prendiendo las luces para que la oscuridad no me invada y teniendo pesadillas. Me aterra y si bien el objetivo está cumplido, no lo disfruto en lo más mínimo. Dicho esto, paso a contarles que esta película, realizada por el director Nicholas McCarthy y ganadora en el Festival de Sitges (sección “Panorama”, 2012) promete noventa y cinco terroríficos minutos. Y cumple.
Annie, la protagonista, vuelve a la casa de su recientemente fallecida madre (la muerte siempre como un ingrediente que acecha) para encontrarse con su hermana Nicole y asistir al funeral. Nicole desaparece y Annie emprende su búsqueda mientras pasa los días en la casa de su infancia. La casa, protagonista absoluta de la historia, tiene vida propia. Entre empapelados adornados, llaves, placards llenos de recuerdos y las luces que titilan cuando más se necesita que estén prendidas, el relato se desarrolla con todos los ingredientes que queremos ver a la hora de mirar una película de horror. Pero lo interesante de esta historia es que oscila entre lo paranormal y lo real, cayendo en ciertos lugares comunes, para luego darle una vuelta de tuerca que hace al argumento posible y hasta palpable, o sea, todavía más espeluznante.
Con buenos efectos especiales, pero no excesivos, la historia está muy bien narrada, con un buen ritmo, con el suspenso necesario para que se nos entrecorte la respiración y con esos momentos de climax imprescindibles para que el pulso se acelere lo suficiente.
Un ojo humano de color verde nos mira fijo en la primera toma, y luego ese mismo iris se convierte en color celeste. La metáfora de la mirada, más presente que nunca (sin importar si es real o no) ese ojo que nos persigue, que no saca su vista de nosotros, ni siquiera cuando deja el mundo terrenal. Un ojo que podría simbolizar no sólo el voyeurismo, sino también la conciencia y la culpa. Y en contrapunto a esto: la oscuridad, el negro absoluto que no nos deja ver. Esa casa alberga un pasado denso que no se nos revela pero que podemos llegar a construir por los relatos de sus protagonistas. “Hay puertas que nunca deben ser abiertas”, nos dice el afiche de la película y comprobamos que cuando se abren, ya no hay retorno… Una película que puede mirarse desde la superficie, pero también ahondar en capas más profundas para poder metaforizar, sustancia que no siempre podemos encontrar en otras películas de este género.
El pacto inquieta y mucho, no sólo por lo que nos muestra, sino por aquello que no nos deja ver, porque sabemos que nuestra imaginación probablemente supere lo que está delante de nuestros ojos. Una cerradura, un hueco en la pared, una foto, una sombra, crucifijos y la muerte siempre como enigma absoluto. Intenten transitar el recorrido que propone El pacto, sumérjanse en la negrura y dilaten sus pupilas.