Antes del estreno de esta ópera prima, Florian Zeller se curaba en salud: “No quise hacer teatro filmado”, declaró, consciente de que su trabajo previo como dramaturgo iba a despertar esas suspicacias de inmediato. A los 42 años y afirmado como una de las voces más importantes del teatro francés actual, Zeller debutó en la dirección cinematográfica con esta película estrenada en Europa y Estados Unidos el año pasado y no le fue nada mal: adaptando una exitosa obra propia, logró seis nominaciones para los Oscar y dio dos zarpazos: el premio al mejor guion adaptado (un trabajo que hizo en sociedad con un colega que también ha tendido puentes con el cine, Christopher Hampton) y el destinado a la mejor actuación protagónica, que quedó en manos del veterano Anthony Hopkins.
Y Hopkins es, claramente, el centro de gravedad de El padre, que se acomoda al punto de vista de su personaje -distorsionado por el avance de una patología relacionada con su avanzada edad-, para narrar su decadencia con dramatismo y, en más de un pasaje, excesiva solemnidad. Pero aun en esos momentos donde las situaciones y el entorno en el que se desarrollan -incluyendo los subrayados de una banda sonora que no esquiva el lugar común- ponen a prueba su capacidad para eludir clichés, el venerado actor galés resuelve con sensatez y sentimiento: más que el famoso “oficio” -que lo tiene, qué duda cabe-, lo que pone en juego en cada escena es su inteligencia y su sensibilidad para entender y sentir al personaje, condiciones necesarias para interpretarlo.
Lo apoya un elenco que está a su altura, particularmente Olivia Colman, que encarna a una hija torturada por la exigencia de lidiar con alguien que, sin que medien razones lógicas, puede reaccionar como un niño caprichoso o inocente, o bien convertirse en un tirano agresivo y demandante. Capaz de resolver momentos distintos (los que le piden ternura, agotamiento, dolor y resignación) manteniendo un registro coherente, Colman brilla en la composición de esa mujer que a veces debe enfrentarse con un desconocido: el Anthony (el hecho significativo de que el personaje lleve el mismo nombre que el actor podría leerse como un refuerzo de su notorio compromiso con el papel) de los últimos días desnuda los claroscuros de su personalidad hasta volverse otro que incluso libera de la represión un puñado de secretos lacerantes y ocultos durante demasiados años.