Es un problema el cine basado en obras de teatro: tienden a crear elementos artificiales para “airear” el texto, hacerlo más cinematográfico. Algo de eso pasa aquí, pero es tan fuerte el trabajo de los actores que el cine vuelve a funcionar como un enorme documento de la cómo los intérpretes pueden crear un mundo.
La historia de una familia afectada por el creciente deslizamiento al desconocimiento, Alzheimer mediante, de un padre que intenta resistir los embates de la enfermedad tiene algo que otras historias similares no tienen: inteligencia.
Es Hopkins el sostén, sí, y tiene un Oscar bien ganado porque le otorga humanidad e ingenio a su personaje; y es Colman la extraordinaria partenaire en ese juego que no puede jugarse solo. La otra gran característica es cómo el espacio familiar se disuelve y se convierte en el de la convalescencia, ese juego en el que el ambiente acompaña la trama.