Anthony, un hombre de 80 años mordaz, algo travieso y que tercamente ha decidido vivir solo, rechaza todas las cuidadoras que su hija intenta contratarle. Anne sufre la paulatina pérdida de su padre a medida que la mente de este se deteriora.
Anne (Olivia Colman) camina con paso acelerado, la obra de Henry Purcell la enajena del día soleado que hace fuera y las escaleras la conducen hacia su padre, Anthony (Anthony Hopkins), que descansa en un rincón mientras se deja llevar por aquella música que lo conecta con un afuera ficticio. Una vez que ambos personajes comparten el espacio, las evasivas y las echadas en cara forman parte de una discusión que se irá prolongando a lo largo del film. Entre la búsqueda del bienestar y la aceptación de una realidad fragmentada, padre e hija deberán de abrirse camino entre una fuerza que los supera: el tiempo y la percepción de este.
El debut cinematográfico de Florian Zeller, autor de la obra teatral homónima y también coguionista del film, nos introduce en los zapatos de Anthony, un anciano que sufre demencia. Pero lo más novedoso que trae el relato es el presentarnos, en su mayoría, la historia a través de su punto de vista. Es así que como espectadores logramos perdernos en un laberinto sin respuesta, comprendiendo que el avance de esta enfermedad es un verdadero descenso al infierno de la incertidumbre infinita.
A partir de aquí, otro factor claro condice a la forma del relato: la atemporalidad. La trama presenta una linealidad inicial en la que vemos y sentimos cómo el mundo de Anthony muestra irregularidades en su rutina. Presencias que buscan sacarlo de su comodidad, caras extrañas que, por consenso, se vuelven conocidas y charlas sobre acontecimientos actuales que resultan haber sucedido hace años. Todo forma parte de una percepción errónea del tiempo.
The Father, El Padre, Anthony Hopkins, Olivia Colman
La rutina se transforma en un cambio constante de paradigma, en donde los recuerdos se mezclan con un presente bloqueado. Ante esto, la hostilidad y ninguneo de un Anthony debilitado pisan fuerte, rebajando en su mínima expresión a Anne, que no hace más que transitar un camino lleno de espinas para poder comprender y acompañar a su padre, y a Paul (Rufus Sewell), el marido de ella, que se presenta como el principal antagonista a sus deseos.
La interpretación de Sir Hopkins destaca por su permeabilidad y dedicación. Los cambios de ánimo, que van desde un viejo cascarrabias que busca remarcar su sabiduría y grandeza hasta un débil anciano que suplica contención a través de un llanto lastimero, realzan la labor del actor que, a veces, se ve opacado por la búsqueda de la espectacularidad por parte Zeller, rozando así el golpe bajo. Al querer generar un shock en el público, el director debutante decide correrse de la sutileza y recurre a diálogos exacerbados y verborrágicos para que el espectador no pierda tiempo en comprender el mensaje. Pasa algo similar cuando el film se corre de los ojos de Anthony y nos muestra el punto de Anne, que no hace más que reiterar el sufrimiento y la duda ante lo que debe hacer, cosa que poco interés genera una vez que se nos presenta el verdadero conflicto. Esto es uno de los problemas más recurrentes a la hora de justificar grandes figuras en producciones que necesitan otro tratamiento. The Father necesita menos, no más.
A pesar de las esperables falencias, la película es una obra destacable tanto desde lo sonoro como lo narrativo. La música compuesta por Ludovico Einaudi (Intouchables) marca un ritmo estrepitoso con cuerdas veloces y un piano que aparece sutil. Esta melodía se asemeja al mismo Anthony, que busca hacerse un lugar en este mundo roto, donde presente y pasado se unen para crear un nuevo tiempo, donde la linealidad se tuerce entre lo que creemos que es real y lo que de verdad lo es. A través de este viaje laberintico, Anthony se opone constantemente al cambio, sin darse cuenta de que el mismo cambio es su forma de vida. Nada es lo que percibe, todo es lo que no ve.
The Father es acerca de la razón contra la negación, es sobre aceptar la realidad y soltar los recuerdos de un tiempo que fue mejor. Nos habla de entregarse al tiempo sin que este pueda ser comprendido, ya que en él encontramos a los que nos abrazan mientras intentamos conservar nuestras últimas hojas frente al viento ininterrumpido que es la vida misma.