El mundo alrededor de Anthony (Anthony Hopkins) se deshace frente a sus ojos. El tiempo y el espacio no parecen respetar las reglas habituales, los rostros familiares se intercalan con otros desconocidos. Nada es lo que parece.
Jubilado hace tiempo, él vive solo en el departamento donde pasó décadas de su vida, con la visita ocasional de su hija divorciada Anne (Olivia Colman) que vive en otro departamento cercano para mantenerse al alcance cada vez que la necesite. O quizás sea que él vive con ella y su marido en el departamento de ambos, poniendo en gran tensión la relación entre ellos. Quizás Laura (Imogen Poots) sea la joven que Ann planea contratar para que acompañe a Anthony durante el día, pero también podría ser la que él mismo echó violentamente del departamento convencido de que es una ladrona que aprovechó un descuido para quitarle su antiguo reloj de pulsera.
Los eventos, los espacios y las personas se mezclan en una marea confusa que sucede en simultáneo frente a los ojos de Anthony, pero el padre de esta familia no está dispuesto a dejarse intimidar ni reconocer el miedo que todo esto le produce.
El padre solo quiere saber la hora
Basada en la exitosa obra de teatro de su propia autoría (fue adaptada en muchos países, recolectando premios de todo tipo), Florian Zeller debuta como director de cine con El Padre después de varios trabajos como guionista y dramaturgo, mostrando un nivel de pericia y oficio inverosímil para su breve carrera. Y por si fuera poco lo hace contando algo tan complejo como el deterioro de la consciencia y la memoria de un hombre anciano desde su propia experiencia.
Desde la perspectiva de Anthony, El Padre (The Father) es casi una historia de terror psicológico donde las cosas suceden con lógicas extrañas, donde un grupo de personas visten diferentes rostros según el momento del día sólo para torturarlo; una situación en la que él se siente orgullosamente obligado a mantener la compostura y disimular su desconcierto, con distintos niveles de éxito.
La versión cinematográfica de El Padre mantiene mucho del ritmo, el estilo y la estructura de una obra de teatro, como el desarrollarse contenida dentro de una misma locación o el depender fuertemente de la actuación de unos pocos intérpretes que ejecutan líneas de diálogo precisas; pero a diferencia de muchas otras adaptaciones similares, El Padre en ningún momento parece una obra de teatro interpretada frente a una cámara. Agrega mucho código audiovisual a su narración para convertirla en más que eso.
Por ejemplo, al mismo tiempo que un montaje fluido hace parecer que todo sucede en una sucesión lineal y continua de eventos, pequeños cambios en la puesta en escena, el vestuario o hasta el maquillaje delatan los saltos temporales que la deteriorada mente de Anthony no puede percibir y que ponen en duda cuánto de lo que vemos es real.
Anthony Hopkins, atrapado en el limbo del tiempo y el espacio
Es la increíble actuación de Anthony Hopkins lo que mantiene unido todo lo demás, cosas que probablemente no se lucirían si su protagonista no conmoviera en cada momento que está en escena. Fluctúa de irascible o asustado a carismático y encantador con un chasquido, le alcanza con un cambio en la mirada para transmitir una nueva emoción o hasta para hacer avanzar la historia.
El Padre podría ser un concierto de golpes bajos y lugares comunes que centre su narración en la lástima hacia un personaje como Anthony o la familia que sufre viendo su deterioro, pero hace grandes esfuerzos por esquivarlos. No siempre lo logra, pero mantiene la postura de contar la historia a través de sus ojos y de transmitir lo que él siente. Va en el sentido contrario al que suelen emplear las películas de este tipo, que tienden a estar contadas desde la perspectiva de la familia encargada de cuidar de una persona como Anthony y narrar el sufrimiento de ver cómo la mente y la identidad de esa persona amada se va deshaciendo progresivamente en el aire, hasta solo dejar una cáscara de lo que supo ser.
Como resultado de todo esto es que El Padre ofrece una historia compacta y potente que no da respiro. Anthony Hopkins se carga al hombro una historia que difícilmente no tenga un tremendo peso emocional sobre él, porque encarna un personaje con el que comparte nombre y edad, enfrentando una enfermedad que aterroriza a cualquiera pero especialmente a quienes se acercan al momento de la vida en que suele manifestarse.