“El Padre” se apunta dentro de las candidatas a mejor película en los premios Oscar y no encuentro motivo por el cual no debería estar allí. Estamos frente a un film que muy probablemente - y en mi opinión- dejará una huella en el camino del cine y en la memoria de cada persona que se haya sumergido en esta experiencia. Porque las buenas películas son eso: experiencias que nos permiten vivenciar a flor de piel sin la necesidad de estar transitando por esa situación en nuestras vidas. Y es exactamente esto lo que Florian Zeller logra con este profundo y delicado trabajo.
Anthony (Anthony Hopkins) tiene 80 años y vive solo en su departamento. Al mismo tiempo, su hija Anne (Olivia Colman) lleva un largo tiempo buscando a una enfermera que pueda cuidar a su padre, debido a que ella tiene pensado irse del país muy pronto. Entre un ida y vuelta de charlas, medicos, familia y habitaciones, la mente de Anthony se deteriora al ritmo de una mezcla de recuerdos e ilusiones mientras transita el doloroso padecimiento de la demencia senil.
Historias simples contadas de maneras profundas pueden llegar muy lejos. Este tipo de suceso es el que en mi opinión, nos muestra el poder y la esencia del lenguaje audiovisual en el esplendor de la simpleza. Si bien el film cuenta con una producción de alto nivel, no tengo dudas de que en el caso de haber contado con un presupuesto más acotado, hubiese logrado dejar el mismo mensaje en el espectador. Esto se debe a que el guion se hace valer por su cuenta y no pretende de ayudas ajenas. La construcción del mismo nos lleva desde un suceso pequeño a un mundo enorme y repleto de detalles, como si el tiempo se detuviera y cada acción, por más corriente que sea, se volviera especial. La verosimilitud de cada diálogo con el perfil de cada personaje nos traslada a un escenario crudo en el que podemos vernos reflejados e identificados y hasta transportados hacia algún recuerdo de nuestras vidas en el que nos vimos frente a un episodio similar. Nos interpela y nos pone incómodos.
El trabajo de dirección se complementa a la perfección con la calidad actoral de Hopkins y Colman, quienes supieron interpretar de manera extraordinaria la sensibilidad de cada personaje. El inmenso talento de Anthony sobrepasa la pantalla y nos estremece a cada instante. Es increíble como adoptó tan dramática y delicadamente la actitud y naturaleza propias de un paciente diagnosticado de demencia senil y lo expuso en cada gesto, mirada y movimiento. Su interpretación le suma un gran valor al film y lo enaltece de manera exponencial.
No puedo evitar mencionar a Ludovico Einaudi, quien con su pieza musical marca una estética muy adecuada para el contexto de la historia. Personalmente, al escucharla puedo sentir el paso de los años avanzando, cada vez más firme y tomando más territorio. El filo del tiempo corrompe los pensamientos, las sensaciones, nuestro más interno poder de vivir como lo que siempre fuimos. Es impecable y movilizante.
Los departamentos de fotografía y arte cumplieron un papel fundamental, aportando todo lo necesario para crear de este proyecto un producto que resalta y se destaca por los personajes. Los escenarios no son pretenciosos, dejando que la atención se encuentre en la presencialidad del actor en escena, pero sin descuidar la estética y el valor de lo visual.
Estamos frente a un film que merece nuestro tiempo. Sin dudas vale la pena dejarnos llevar por el torrente de dudas, ideas y reflexiones que la cinta despierta en cada uno de nosotros. Destaco el respeto y la rigurosidad con la que se manejó el tema, y celebro que el cine continúe siendo portavoz de temáticas semejantes. Esta pieza puede que revele una gran oportunidad para los padecientes de la enfermedad, de hacer ver su realidad y así lograr un mayor nivel de empatía y comprensión desde su entorno.
Por Milena Orlando