Digno ejercicio de estilo.
El padre no es una obra de teatro filmada, tampoco la trasposición lisa y llana de un formato teatral al cine. Entonces, entre una cosa y la otra existe una relación que termina entendiéndose al tomar contacto con la puesta en escena de la subjetividad del protagonista.
Anthony Hopkins entrega, como siempre, una actuación impecable a fuerza de gestualidades y sutilezas al meterse en la piel y cabeza de este anciano, cuya percepción de su entorno y la realidad se ve distorsionada por su pérdida progresiva de la memoria,así como de esa endeble línea divisoria entre el recuerdo del pasado y la representación de lo recordado.
El dramaturgo francés Florian Zeller parte desde la cáscara de su pieza teatral y se vale de los recursos cinematográficos para construir en la yuxtaposición de personajes, que cambian de rostros y roles en un mismo espacio-tiempo, el universo resquebrajado del deterioro cognitivo del protagonista, renuente a recibir cualquier tipo de ayuda por parte de su hija (Olivia Colman) y con un carácter intransigente a la hora de reconocer su vulnerabilidad y temores esporádicos cuando la noción de espacio y tiempo confabulan y la identidad se pierde totalmente.
Sin aportar alguna arista novedosa sobre películas que giran en torno a las consecuencias de la pérdida de memoria, El padre es un digno ejercicio de estilo.