Anthony Hopkins es el centro de El padre. Y no solo porque esté en casi todas las escenas de la película por la que ganó, muy merecidamente, su segundo Oscar tras El silencio de los inocentes. Anthony, su personaje, es protagonista de la historia hasta cuando no lo veamos en la pantalla.
Pero cuando sí está, mamita, sí que vale el precio de la entrada disfrutar la maravillosa actuación del galés que, sus 83 años, se convirtió en abril en el intérprete más longevo en obtener el premio de la Academia de Hollywood a la mejor actuación protagónica masculina.
Pero por cierto que tiene un guion de excepción, y no solamente por la calidad de sus diálogos, sino porque juega con lo que el espectador ve y entiende. Pero tal vez no todo sea como cree que es. Anthony padece demencia senil, y la manera en que nos metemos en su entendimiento es lo que diferencia a El padre de otros dramas que abordaron el mismo tema.
Florian Zeller, junto a Christopher Hampton (Relaciones peligrosas) adaptó su obra de teatro, por la que había ganado el premio Moliere en Francia, y que en la Argentina se montó con Pepe Soriano en 2016, el mismo año en el que Frank Langella obtuvo el Tony por su interpretación en Broadway.
Zeller, en su opera prima como realizador, demostró no ser un hombre celoso de su obra, y la expandió allí donde el cine le permite hacerlo, ramificando los apuntes y clarificando la demencia.
Porque la genialidad de la obra, y de la película, es que logra que vivamos lo que Anthony experimenta en su propia mente. Sí, también en su demencia.
Si Michael Haneke en Amour, que contaba el deterioro de una mujer y, en definitiva, de una pareja de ancianos, había logrado una obra admirable, shockeante pero increíblemente sensible, Florian Zeller no le ha ido en zaga.
Ya no es una relación de pares, sino una entre un padre que sufre demencia senil, y su hija (Olivia Colman, de The Crown y La favorita, en el rol que en el Multiteatro encarnó Carola Reyna).
“No te necesito. ¡No necesito a nadie!”, casi que le grita Anthony a su hija Anne en su hermoso piso londinense. Ella quiere que alguien asista a su padre, porque tiene planeado irse a vivir a París.
Anthony, como todo adulto, cree que domina la situación. Y si advierte que no, dará a entender con juegos que sí lo hace. Anthony desvaría o se desorienta -se olvida de las cosas, o de las personas- tanto como otras veces está lúcido y coherente.
Momento clave
Hay un momento más o menos clave. Anthony ha perdido algo. Desorientado, le pregunta a Anne si está en su hogar. Ella no responderá. Si se está atento, en otro de los juegos visuales de Zeller, hay algunas cosas que han cambiado en la decoración del ambiente.
Lo mismo con la aparición de “otro” esposo de su hija (lo interpreta Mark Gattis, pero algunas veces Anthony lo ve y reconoce con el rostro y la presencia de Rufus Sewell). Y la enfermera que vendría a cuidarlo. ¿La reconoce realmente?
El padre es un drama, un dramón que afectará de seguro a los espectadores que estén más cerca de las vivencias de esa relación de amor que sólo pueden tener los padres con las hijas. Que, cuando empiezan a bajar por el tobogán hacia un lugar que los otros saben cuál será, pueden o no perder las esperanzas de recuperar a ese ser querido, al que el paso del tiempo y la enfermedad comienzan a convertir en un ser casi desconocido.
Hay un guiño interno (cuando Anthony dice su fecha de nacimiento, es la del propio Hopkins), pero parece que el actor se mantuvo estricto a los dictámenes del realizador. Es que cuando se nota que hay una mano segura, que dirige la historia, no hace falta apelar a nada más que a dejarse llevar.
Como con esta gran película.