Una experiencia inmersiva e inquietante en la vejez y en la demencia senil
“El padre” es una experiencia inmersiva en la demencia senil, una narración con recursos simples y cuidadosamente elegidos, un relato sensible y doloroso sobre el extravío de la conciencia. Sin perder el ADN teatral original, el director francés Florian Zeller, autor del texto original y ganador del Oscar a mejor guión adaptado en los pasados premios Oscar, debutó en cine con esta película por la que Anthony Hopkins obtuvo el premio a mejor actor. Hopkins interpreta a Anthony y Olivia Colman a su hija Anne, en trabajos con una economía de recursos deslumbrante. En el medio aparecen otros personajes, como la pareja de Anne, enfermeras y médicos en una danza que se distorsiona progresivamente y con la música de Bellini de fondo asomando entre la niebla y los momentos de lucidez del protagonista.
Uno de los mayores aciertos de Zeller es que sumerge al espectador en la confusión de Anthony con diálogos breves, sin forzar una situación dramática en sí misma y sin subrayar su deriva mental. Al contrario, esa inmersión sorprende tanto al personaje protagónico como a quien asiste como testigo silencioso del deterioro progresivo. Lo logra con sutiles cambios de escenografía y decorados, cuadros, muebles o una lámpara en el comedor o el pasillo diferentes en escenas sucesivas, objetos que desaparecen, personajes intercambiables, actores que interpretan distintos roles con el resultado de un extrañamiento inquietante, un inestable balance entre tiempo y espacio o los mismos diálogos que se repiten en loop a cargo de distintos actores.
Esa cantidad de complejas decisiones técnicas, estéticas y narrativas tienen la virtud de resultar orgánicas, bajo una apariencia simple para mostrar a un personaje que lucha entre conservar los retazos de una conciencia que se diluye en un mar de dudas, temores y ráfagas de certezas que indican que algo ya no funciona como debería.