Quiero ser un pendejo aunque me vuelva viejo.
Llegar a la mediana edad para muchas mujeres es un gran paso, aunque no siempre uno bueno. La película de Martín de Salvo se centra en eso, cambios y decisiones a las que una mujer debe enfrentarse a la hora de asumir que las cuatro décadas se le vienen encima.
Eva (Mora Recalde) es una mujer de 37 años, profesora particular de guitarra y se acaba de separar de su novio. Luego de atravesar por la famosa crisis post separación, volver a vivir con sus padres y replantear cómo será su vida de soltera, se da cuenta de que su reloj biológico está corriendo y hasta entonces nunca tuvo un hijo. Su entorno familiar, sus amigas, su ex y hasta su ginecólogo no serán de mucha ayuda, y harán que la vida de Eva se convierta en una carrera contra el tiempo para engendrar ese hijo que tanto quiere, como sea y con quien sea.
Estamos ante una premisa, de por sí, ridícula. Sin embargo, no hay que olvidarse de que esto no es un drama existencialista ni nada por el estilo, es simplemente una comedia, que por momentos tiene sus pequeñas chispas de lucidez, pero no son las que más abundan.
El tema central no es algo que nunca antes se haya visto (sobre todo en comedias argentinas): una mujer entrando en la mediana edad, sin hijos, buscando desesperadamente uno, y viviendo la locura de las “recién separadas” que tienen encuentros casuales con la ayuda de las redes sociales y las aplicaciones de citas que hoy están de moda. En eso se basa todo el metraje, no hay nada más para decir ni nada que aportar. Es cierto que sobre el final se hace mención a la importancia de ser uno mismo y no prestarle atención al que dirán, pero aún así, la conclusión queda tan deslucida como obvia.
Gran parte del problema recae en el guión, que nos conduce hacia un relato lineal y carente de cualquier matiz que colabore un poco en empatizar con alguno de los personajes. A esto se le suma el escaso compromiso de los actores con el proyecto, donde figuras de renombre como Horacio Fontova pasan sin pena ni gloria por la pantalla. La actuación de Mora Recalde es la más exagerada y cae en un simplismo tal que cuesta poder entender las motivaciones de su personaje, es un protagónico con el que nunca se llega a comprometer, solo queda a la altura de sus compañeros que ni siquiera tienen tanta cámara como ella.
Los chistes podrían funcionar en su timing justo o con otro entusiasmo, no es lo que se ve, y hace que la película pierda el ritmo que una comedia necesita. Todo termina pareciendo pesado y hasta aburrido, carente de toda picardía.
Este es un claro ejemplo de que no importa el alto o bajo presupuesto que un film tenga, siempre va a depender de qué tanta dedicación se le ponga, además de poseer un buen guión por supuesto.