El Padre es la búsqueda de la directora de la película, que inicia un camino para esclarecer las circunstancias de la muerte de su padre, Juan Arruti. Con lo que va descubriendo, cuestiona las decisiones de su familia por silenciar lo poco que sabían.
“A mí las versiones sobre su muerte me congelaron. Hoy quiero saber qué pasó”. Videos de la infancia de Mariana con su padre, su madre y su hermano. Reelaboraciones de la infancia de su padre en un blanco y negro resplandeciente. El documental de Mariana Arruti se mueve en las aguas del recuerdo con una fluidez que atrae e inquieta. Son las distintas imágenes que ella tiene de sí misma y de su padre.
“Me acostumbré a esperar, a no preguntar”. El silencio y la omisión son cómplices en la historia de su padre y, en el fondo, de ella misma. Así, el documental va desentrañando su vida y la de su familia, pero sin dejar a un lado cierta poesía: la naturaleza y, en particular, los árboles como testigos de esta indagación, los videos como registro de la memoria, la vestimenta secándose como indicio de la inquietud.
“Reconocer un cuerpo es ponerle nombre”. Más allá del conflicto ideológico y del misterio que rodea a su padre, está por delante el conflicto poético: cómo abordar la identidad, cómo nombrar(nos) como seres humanos. El documental asoma las preguntas ¿Somos a pesar de la omisión de los otros? ¿Quién hace nuestra historia vital: nosotros o los demás? Por eso la indagación de algunas cartas y documentos legales es un hilo al que la directora se aferra para desentrañar la historia de su padre.
“¿Qué pasó con el acá?”. El documental no se divide en capítulos, como se hace en este acercamiento a él, pero las frases de la narradora son puntos de inflexión, leves reproches vitales a la memoria y al olvido. No pocas veces le preguntan a ella si recuerda algo de su padre y ella constantemente dice que no. Y esta negación pesa a lo largo del documental. Probablemente por esto, en muchas ocasiones, se nos da la espalda en los juegos memoriosos que hace la película, como si la única manera de abordar la memoria fuese a través del velo de la identidad propia. La directora busca su historia pero a través de la de su padre. Así, el acá se hace difuso; al igual que las vías del tren, se confunden, se tuercen. Entre Dorrego y Buenos Aires, entre padre y madre, el documental nos moviliza con la música sencilla de Bernardo Baraj que evade el melodrama y agolpa la emotividad.
“Sólo puedo hacer suposiciones después de cuarenta años”. Al final, Arruti se conforma con lo que queda después de tanto tiempo. Toda búsqueda tiene sus frutos sin importar cuándo se emprenda. Y los logros aquí no son pocos porque esbozan una imagen del padre. Es una imagen difusa llena de dudas y de gestos, pero donde la playa evoca la ausencia e invita a recordar lo que el tiempo se ha llevado.