La parte afectada.
Como ya es hábito en el documental contemporáneo, el film de Arruti provee momentos de una emotividad a la que el cine de ficción, paradójicamente, parece haber renunciado hace rato.
Producto de la cisura ocasionada en el cuerpo social por la última dictadura, el de la busca del padre perdido, desaparecido o asesinado es casi un género aparte dentro del documental argentino de las últimas décadas. A Los rubios (A. Carri, 2003), Papá Iván (M. Inés Roqué, 2004) y M (N. Prividera, 2007) se suma ahora El padre, que a su vez representa el esperado retorno, tras largos doce años, de Mariana Arruti, realizadora de un título poco menos que mítico, Trelew (2004), donde reconstruía la masacre del 22 de agosto de 1972 extensivamente, a través de las voces y recuerdos de las víctimas, del modo en que la literatura de no ficción lo viene haciendo desde los tiempos de Operación masacre y A sangre fría. Al igual que los títulos mencionados, pero tal vez más, la busca de la realizadora, que la tiene por protagonista, asume las formas del relato policial, con una forma de resolución que satisface a lo que en los estrados judiciales se llamaría “la parte afectada”.
“Luego de eso mi padre murió”, dice brutalmente la voz en off de la realizadora, cortando unas filmaciones caseras que la muestran de pequeña junto a su familia, festejando su cumpleaños. En realidad ésa no es ella, ésa no es su familia y ésas no son filmaciones caseras: todo está fraguado. Juan Arruti murió cuando Mariana era muy pequeña, y ella no guarda recuerdos de su padre. Tampoco guarda filmaciones, por lo cual optó por la vía de la ficción para reproducir las de su padre cuando ella era chica, y las de su padre de chico en otra serie distinta de imágenes, en blanco y negro. Ciertamente hubiera cabido la opción de no llenar el vacío de imágenes, o de hacerlo sólo con las que la realidad proveyera (fotos, por ejemplo). Lo cual no quita validez al recurso de la ficción. Arruti opta por ambas opciones: fotos del padre real y filmaciones del padre actuado.
Juan Arruti, padre de Mariana, es hallado muerto en setiembre de 1973, junto a las vías de un tren. Se supone que se trató de un accidente, y desde aquel momento esa fue la versión aceptada. “Hoy quiero saber qué fue lo que pasó”, dice la realizadora y se toma un tren (justamente) que la lleva a Monte Hermoso, donde su padre, oriundo de Coronel Dorrego, se radicó tempranamente. Allí habla con un tío y sus primos, primero, y con compañeros de militancia, después. Además, Arruti charla reiteradamente con su madre y con un tío de la rama materna de la familia. Modelo acabado de dosificación de información, crescendo narrativo y construcción de un personaje, en El padre Juan Arruti (que al comienzo no tiene ni nombre) pasa de ser un hombre “jovial y fornido”, al que le gustaba cantar tangos, a sindicalista combativo, desencuadrado del PC luego de que la burocracia de su partido lo acusara de “trotskista y extremista”.
Sin que en ningún momento se formule en palabras, la propia narración va desarrollando una lógica que permite decantar distintas hipótesis conspirativas posibles para la muerte de Arruti, quien en los relatos de la gente cercana a él aparece como un tipo tan ejemplar que hasta su propia hija desconfía de tanta falta de mácula. Como ya es hábito en el documental contemporáneo, a la inversa de lo que el lugar común presupone El padre provee momentos de una emotividad a la que el cine de ficción parece haber renunciado hace rato. Son varios los que se quiebran frente a cámara, al recordar a un hombre que dejó sin duda un recuerdo fuerte. Dos de ellos resultan particularmente tocantes. Uno es su hermano, uno de esos tipos que parecen llevar tatuado en la frente el cartel “Hombre bueno”. Está haciendo memoria lo más tranquilo frente a su sobrina, cuando de pronto le viene como una ola de adentro, que le hace pegar un cachetazo sobre una mesa que tiene frente a él, y taparse la cara con esa misma mano rugosa de albañil. El otro es uno de los primos de la realizadora, que hablando sobre las convicciones del tío de pronto se larga a llorar porque “fue al pedo”. Lo otro que El padre termina por redondear, siempre sin manifestarlo expresamente, es su carácter metonímico, con su muerte altamente sospechosa y la trama de silenciamiento, ocultamiento y complicidad que la rodearon.