Basado en la novela homónima y distópica, de Paul Auster, con quien el director, Alejandro Chomski, comparte la autoría del guion. El filme, rodado en blanco y negro, nos introduce en una ciudad apocalíptica y en ruinas, en la que la protagonista, Anna Blume, busca a su hermano, un periodista desaparecido…
EL PAÍS…
Cuenta la historia que Paul Auster de visita en Buenos Aires en el año 2002, invitado a la Feria del Libro, desde el ventanal de su hotel ubicado sobre la avenida 9 de julio, ve junto a Chomski, a cartoneros con caballos, un ejército de indigentes revolviendo y recogiendo cartones de la basura. Esa fue la primera imagen que lo decidió a elegir a Buenos Aires para rodar el filme. Ya que Chomski le propuso filmar la novela en la ciudad como una forma de capturar el momento de crisis que vivía la Argentina por entonces.
DE LAS ÚLTIMAS COSAS…
Anna Blume (Jazmín Diz) busca por las calles de la ciudad demolida y ruinosa, entre explosiones y derrumbes, a su hermano, periodista que ha desaparecido hace cuatro años. En su recorrido, Anna, pertrechada de un diario seguirá la rutina de dejar registrado por medio de la escritura sus sentimientos, observaciones y vivencias en medio de la desesperada búsqueda.
No sabemos qué ha ocurrido, ni qué es lo que produjo la devastación del paisaje y de la gente que merodea arruinada, hambrienta y empobrecida por las calles desoladas y desiertas. Tampoco se hacen referencias a un lugar ni a un tiempo determinado. Se trata de la supervivencia en todos sus aspectos y variantes. No hay alimentos, hay que conformarse con las sobras o las raciones que uno pueda agenciarse. La gente busca en la basura y anda con carros de supermercado recogiendo lo que encuentre para seguir sobreviviendo.
Anna se enamorará de Sam (Christopher Von Uckermann), quedará embarazada, y terminará alojada en una clínica alemana que da alimento y refugio a los desposeídos variopintos de la ciudad. Sus encuentros con gente de distintos estratos y procedencias como los judíos ortodoxos en una biblioteca, o las tribus suicidas como los corredores que corren hasta caer muertos y los saltadores, que se arrojan al vacío desde altos edificios, le aportan a la atmósfera un dejo de extrañeza y ajenidad que produce más distancia que identificación con los personajes y con el paisaje.
La decisión que tomara Paul Auster, en consonancia con el director Alejandro Chomski, de que el filme no hablé de ninguna ciudad en particular ni de ningún tiempo definido debería aportar, en opinión de ambos, cierto imaginario abstracto, y a la vez universal. Con voluntad crítica, tanto Auster como Chomski se oponen a la idea de que la modernidad tiene que traer progreso, en vez de pobreza y muerte, como en verdad está ocurriendo, y como bien lo describe el universo del filme. En palabras del director, “un mundo en el que las instituciones del capitalismo ya no funcionan”.
DE LA NOVELA AL FILME
Uno de los inconvenientes de la transposición de un género a otro, digamos el pasaje del soporte literario al soporte cinematográfico, es la pérdida de multiplicidad de sentidos en el paso de uno a otro, del texto fuente, en este caso, la novela de Auster, al filme de Chomski. Esta pérdida de sentidos, que se da en el pasaje de un soporte a otro, es quizás lo que termine empobreciendo al filme, convirtiéndolo en un relato visualmente bello gracias al despliegue fenomenal de los rubros técnicos, pero narrativamente resulte mecánico, y carente de pathos, esa potencia dramática con la que los griegos creaban sus tragedias.
Por otra parte, la voluntad del autor y director de desanclar el relato cinematográfico de un tiempo y un lugar determinados, con el fin de lograr cierto imaginario abstracto, y por eso universal, que en la novela, por sus características, tolera y resiste, en el universo del filme a duras penas logra llevar adelante. Por esta misma razón, todo el relato se convierte en una descripción artificial de un mundo de difícil acceso, y en una experiencia que apenas llegue a conmovernos.