Quizás el nombre del director Alex Zamm no suene conocido, y quizás su película El Pájaro Loco, basada en el personaje animado creado por Walter Lantz y diseñado originalmente por Ben Hardaway a fines de la década de 1930, no esté a la altura de las expectativas ni de su mítica risa repetitiva y contagiosa. De hecho, la crítica y el público la están matando.
Alex Zamm empezó su carrera en cine con una locura llamada Chairman of the Board (1998). En esa película ya se podía ver su estilo, basado principalmente en sus despropósitos de guion y en su empecinamiento por hacer algo de baja calidad. Sus marcas distintivas se podría decir que son el atolondramiento y los personajes ligeramente infradotados. Después de ese primer delirio de culto, Zamm pasó a cultivar otra especie de género marginal: el de las películas que van directo al video. Casi toda su filmografía pertenece a esta clase de productos.
En El Pájaro Loco: La película tenemos de regreso al legendario pájaro carpintero. También tenemos a Lance Walters, un abogado divorciado y padre abandónico que decide viajar con su hijo (porque su exmujer se lo exige) y su novia mucho más joven que él a un bosque donde construirá una casa.
Lo que Lance no sabe es que en uno de los árboles que tienen que cortar vive Loquillo, el pájaro de cresta roja y fanático de la mantequilla de maní. Loquillo les hará la vida imposible a los albañiles y al padre y a la novia. Pero también se hará amigo inseparable de Tommy, el niño, quien a su vez conoce a una niña de su edad en el pueblo más cercano y forman una banda de rock. Además, hay dos cazadores tan tontos como ridículos, que quieren matar al carpintero porque es un pájaro en extinción por cuyo embalsamiento se paga mucho dinero.
La particularidad del producto es que el pájaro loco es digital y los otros personajes son humanos, pero en vez de aprovechar esa siempre complicada y poco feliz mixtura de registros, el director dota la historia de una chatura sin la mínima gracia e ingenio.
El problema principal de El Pájaro Loco: La película es que a Zamm se lo nota menos suelto, menos delirante, menos libre. Quiere en todo momento respetar al mítico personaje y hacer una entretenida comedia familiar en vez de darle rienda suelta al delirio que lo caracteriza. Zamm traiciona su encanto y el producto termina siendo una película innecesaria y poco disfrutable. Importante: al final de los créditos hay una sorpresa, que es lo mejor de la película.