Otro intento fallido para traer de regreso a un ícono de la animación.
Pasan los años y las productoras más grandes de cine intentan con desdén el mismo éxito que generó ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y Space Jam donde los personajes animados se mezcla con nuestro mundo creando un explosiva combinación fantástica.
Lejos estamos del resultado de aquella época, durante estos últimos años tuvimos nefastas adaptaciones modernas como El Oso Yogi (2010) o Las aventuras de Rocky y Bullwinkle (2000). El pájaro loco (Woody Woodpecker en inglés) es una de las tantas estampillas de la pantalla chica que no deberían ser tocadas por mero capricho. Ponerlo en pantalla grande generas sus dudas, pero hacerlo en el mundo real tiene además consecuencias nocivas para grandes y chicos.
A Universal Entertainment poco le importa el impacto cultural y crítico del espectador así que puso manos a las obras para traer de regreso, con la ayuda de coproducciones brasileñas, al dibujo animado emplumado. En esta larga, monótona, simplona, oprobiosa historia nos encontramos al actor Timothy Omundson encarnado un abogado con problemas paternales con su hijo (alerta cliché máximo) quien es despedido y decide construir una casa lujosa en una terreno que heredó. Todo se viene a pedazos cuando se da cuenta que ahí vive el mismísimo pájaro loco y sí, le hará la vida imposible porque sí.
El film no tiene vergüenza en asquear y ser ambigua con sus mensajes. El ave recurre al chiste fácil, frases que nunca había dicho y, sobre todo, pedos y eructos (¿Nuevo hábito del pájaro loco 2.0?) en cualquier momento y lugar porque solamente se le da las ganas. Otro nuevo recurso que saca de la galera es que defeca sobre la gente porque es divertido y cómo son personas amargadas se lo merecen. Y sus travesuras llegan al límite de poder matar a alguien (prende con gas una camioneta con una persona adentro).
La narración es lenta y se alarga demasiado sin sentido como un mal chiste que no termina solo para captar la atención. Es así que se repiten, sin cesar, zarandajas de la dupla protagónica. Sin embargo, la animación y diseño del personaje estan noblemente construidos.
Pero el mayor acierto, por no decir el único, del largometraje sucede una vez finalizada, ponen después de todos esos extensos créditos finales, un corto clásico de Walter Lantz llamado Niagara Fools de 1956 y que si se merece ser visionado en el cine.
El director Alex Zamm declaró en Animation Scoop que había visto los más de 200 capítulos de la serie original del carpintero. Nadie que haya mirado esa cantidad de episodios podría hacer algo como esto. Bueno sí, por lo visto sí.