Inspirada en uno de los personajes icono de la cultura popular, El pájaro loco (The Woody Woodpecker, 2017), resulta un híbrido entre el recuerdo de los episodios breves, protagonizados por el pájaro, y que plagaron horas y horas de programación matutina en la televisión, y la necesidad de construir una narración que atraiga a las nuevas generaciones al cine.
Dirigida por Alex Zamm, que viene de llevar adelante proyectos de dudosa calidad para televisión y secuelas de películas de grandes estudios exclusivas para el consumo doméstico, esta propuesta se centra en la aventura que deberá vivir un joven al ser obligado a pasar unos días en el bosque con su padre y su madrastra.
Con la intención de construir dentro de una reserva natural una mansión, el padre del niño verá cómo sus planes serán modificados al recibir la inesperada visita de Woody, un pájaro que habla, grita, y defeca en la cabeza de la gente a modo de protesta, y que sólo desea mantener intacto el lugar en el que habita.
Plagada de gags, de slapstick y de acción física, El pájaro loco va imponiéndole a la narración una impronta tal vez más cercana a otro personaje emblemático de la infancia, y que recientemente también fue adaptado en una live action movie, El Oso Yogi (Yogui Bear, 2010), que al espíritu original de su serie, en una suerte de sitcom animada con mucho humor.
Además, El pájaro loco suma la ecología como temática, ubicando a los humanos en un lugar arquetípico de enfrentamiento, y que termina por ofrecerle, de esta manera, uno de los motores principales a la historia.
Técnicamente la utilización de la animación para lograr que Woody se relacione con los humanos es correcta, aunque no se despliega ningún elemento novedoso, por lo que a la chatura de la narración, la obviedad de su guion, plagado de estereotipos y lugares comunes (transformación de los personajes “malos”, presentación de arquetipos para contrastar con los protagonistas), también se suma esta simple y anticuada figura de superposición.
Hay algunos elementos de quiebre, como la mirada y el discurso a cámara de Woody, que intentan sorprender al espectador, principalmente infantil, que desconoce los dibujos animados creados por Walter Lantz, y que suma alguna incorrección a lo políticamente correcto del total de la propuesta en un producto pensado para entretener, sin sustento y que lamentablemente termina sin homenajear al emblemático y colorido personaje.