Julio Chávez y Pilar Gamboa son los notables protagonistas de este filme que mezcla drama y thriller para contar la historia de dos personas que, por distintos y no del todo claros motivos, se suben a un pequeño barco y huyen de sus complicadas vidas previas en esta segunda película del director de “Ciencias naturales”.
La nueva película del director de CIENCIAS NATURALES tiene a dos notables intérpretes como Julio Chávez y Pilar Gamboa a cargo de llevar adelante algo que podría considerarse como una road movie sobre el agua combinada con un filme de suspenso y un drama íntimo –de cámara, minimalista– entre dos personas que se acaban de conocer. Chávez encarna a un hombre al que vemos, en la primera escena del filme, dejando su casa por lo que parece que será mucho tiempo, ya que corta el gas, la luz, etc. Tampoco atiende los llamados del hijo ni los mensajes que él le deja, por lo que queda claro que allí hay otros asuntos por resolver.
El hombre se sube a su velero –que está en Puerto Madero– y mientras se prepara para viajar se puede escuchar que cerca suyo hay una fiesta con música a altísimo volumen. Al día siguiente emprende la marcha y, al abrir la puerta de uno de los ambientes, se topa con una chica. El le pide que se baje en el primer lugar donde pueda parar. Ella no quiere y le ruega que la lleve hasta Uruguay, de dónde dice ser. La situación es incomoda, tensa. Ninguno sabe ni quiere saber nada del otro –especialmente él, seco y de pocas palabras, como suelen ser los personajes cinematográficos de Chávez–, pero es claro que algo sucedió en esa fiesta y que ella se escondió escapando de ahí. La situación se tensa más cuando aparece un guardacosta (César Troncoso) que conoce bien al protagonista de viajes previos pero que, ante la presencia de la chica, empieza a ponerse un tanto oscuro en sus procederes.
Pese a su breve duración, el filme va mutando de lo que, en principio, parece que será un drama personal, hacia un thriller, algo que resulta un tanto brusco al principio (da la impresión que era una película un tanto más larga en su corte original) pero que va ganando en intensidad con el correr de los minutos. Lucchesi se apega al minimalismo narrativo y prefiere dejar de lado largos diálogos entre los protagonistas contándose sus respectivos problemas, confiando que el espectador podrá fácilmente trazar sus recorridos previos. Un tanto más brutal, en cambio, es la transformación del guardacosta de un incómodo y “pesado” testigo en un peligroso villano.
La película gana –y mucho– con la fotografía de Guillermo “Bill” Nieto, cuya cámara juega elegantemente en los espacios cerrados del velero y aledaños, encuadrando de manera muy precisa y cercana los detalles de dos protagonistas que se definen más por cómo miran, actúan o hasta respiran que por lo que dicen. Y si bien el giro tonal del filme necesitaba mayor desarrollo, el resultado final es más que satisfactorio ya que los actores suplen, con su trabajo, esos huecos narrativos del guión. Para cuando se acerca el final del filme, en sus miradas ya está dicho casi todo.