Navegar contra la corriente
Una costa entera se aleja del pequeño barco que Fernando (Julio Chávez) conduce en el curso de un río agreste, en concreto la vida del personaje, sintetizada en la casa modesta que deja atrás, un hijo con el que evade la comunicación y una dolencia que se anticipa delicada.
Carla (Pilar Gamboa) aparece de manera inesperada en la cabina del velero –llamado Cronos- con otra historia fuera de campo: un tipo turbio con el que salía fue atacado en un barco cercano y bullicioso, ella escapó con su remera manchada de sangre y ahora quiere ser cruzada al Uruguay.
Con esos escasos elementos los personajes de El Pampero interactúan en el interior del barco con discusiones, charlas y silencios y en la cubierta con acciones físicas, obedeciendo a sus personalidades contrapuestas: Fernando sufriente y compungido, Carla llorosa y fuera de sí.
Así como los personajes cargan con dos pasados, El Pampero asume dos tonos: uno contemplativo y propio del universo natural retratado y otro opresivo y circunscripto al espacio cerrado, un bien llevado teatro dentro del cine amparado en las singularidades de sus protagonistas.
La problemática Carla –pasiva a pesar de su intensidad- empuja a la cinta hacia donde el misántropo Fernando no quiere, buscando ayuda en el pérfido Marcos (César Troncoso), de la que el protagonista deberá rescatarla.
Si bien Lucchesi resuelve el fluir entre registros con solvencia narrativa y formal (fortificada por el gran trabajo de Chávez, que transmite la fragilidad de su personaje con mínimos y luminosos detalles), El Pampero se disfruta más cuando navega río arriba –cuando es puro Cronos, tiempo- que cuando encalla en los bajos fondos humanos: es la literalidad del género lo que Fernando retepnde expulsar de su barco ya libre de ataduras, y en esa nobleza culpable se le van sus últimos e inasibles días.