El pasado que nos une es una remake norteamericana de la película danesa Después del casamiento, dirigida por Bart Freundlich. En esta ocasión, su director vuelve a trabajar por tercera vez con la ganadora del Oscar Julianne Moore y con Billy Crudup, a los que se les une Michelle Williams como el trío protagónico de un melodrama contemporáneo que trata sobre los lazos familiares.
La historia se centra en la relación entre Isabel, quien dirige un orfanato en la India, y Theresa, una poderosa empresaria que le ofrece una donación millonaria. Pero para recibirla debe visitarla en Nueva York, y asistir al casamiento de su hija, durante el cual salen a la luz secretos del pasado.
Lo más destacable de esta película es el muy buen manejo de la información, porque aquellos que no vieron la versión original se irán sorprendiendo con cada giro en la trama, que su director va revelando en los momentos adecuados. Y es muy interesante cómo prepara el terreno para la primera de ellas, que da lugar al comienzo del segundo acto, porque va generando el misterio mediante las actitudes de los personajes, y durante el desarrollo del segundo se nos dan las explicaciones necesarias a la vez que vemos las consecuencias. Pero el problema está en que los sucesivos giros dramáticos hacen que la trama vaya perdiendo fuerza, quedando deslucido el clímax.
Vale la pena destacar también el muy buen trabajo actoral tanto de Julianne Moore como de Michelle Willams, como dos mujeres que ocultan su debilidad detrás de su omnipotencia e hiperactividad, a pesar de que viven diferentes realidades y sus situaciones económicas son opuestas. Y lo bueno es que su director no juzga a ninguna de ellas, como tampoco lo hace con Oscar y Grace, sino que muestra los motivos que llevaron a tomar decisiones, dejando que cada espectador reflexione sobre los temas que se propone.
Otro aspecto desaprovechado de esta película es la fotografía, del argentino Julio Macat, donde predominan los tonos cálidos, que junto con el diseño de producción y el vestuario le dan una estética publicitaria. Y esto funciona durante el primer acto, pero ciertos cambios de tonos más fríos hubieran profundizado mucho más las sensaciones de los personajes en los siguientes, reforzando así las consecuencias en su entorno de esta serie de situaciones dramáticas que atraviesan, como hizo por ejemplo Thomas Vinterberg en La celebración.
En conclusión, El pasado que nos une es una película que cumple con todas las reglas del género melodramático. Y lo hace de una forma muy efectiva, pero lamentablemente se queda en eso y no se anima a profundizar más, lo que le impidió llegar a ser la obra maestra que pudo haber sido.