Enredo afectivo teñido de malentendidos
Marie (Bérénice Bejo) es una mujer muy atractiva. Tan atractiva como compleja, envuelta en misterios y repliegues difíciles de sondear. Marie aguarda en un aeropuerto la llegada de alguien, Ahmad (Ali Mosaffa). Muestra ansiedad, pero el espectador no sabe cuál es el vínculo que une a los dos personajes. La acción transcurre en una ciudad de Francia. El viajero viene de Teherán, su lugar de residencia.
A medida que avanza “El pasado”, film dirigido por el iraní Asghar Farhadi (“La separación”), los velos de la trama irán cayendo uno a uno hasta desnudar el drama que viven estos personajes, en el presente, y cómo tienen que lidiar con un ayer que todavía cargan sobre sus hombros sin saber muy bien qué hacer con él.
Resulta que Marie y Ahmad fueron marido y mujer en algún momento y desde hace cuatro años están separados. Ahora, Marie quiere reconstruir su vida y le ha solicitado a su ex que se presente en Francia para firmar el divorcio.
Ella es madre de dos niñas, una adolescente y otra preadolescente. En su casa, conviven con otro niño de ocho años, que es hijo de la actual pareja de la madre. La casa es el antiguo hogar de Marie y Ahmad, cuando eran marido y mujer, y ahora, él es recibido como un huésped. Las hijas de Marie no le dicen “papá”, lo llaman por su nombre, primer indicio que advierte que hay más secretos por descubrir.
Y sí, como se lo puede imaginar el espectador, la protagonista de esta película es una reincidente. Ha tenido varias parejas en su vida y ni las dos niñas son hijas de Ahmad, ni tampoco son hijas de un mismo padre.
El relato está centrado en esta visita obligada del hombre para poner un final formal a una relación que en los hechos terminó hace rato. Sin embargo, parece que el fuego entre ellos no está del todo apagado, y las cosas se van enmarañando a medida que afloran las emociones, los sentimientos contenidos y las novedades que presentan los nuevos integrantes de este conglomerado afectivo de diverso origen.
Samir (Tahar Rahim), el padre del niño y nuevo novio de Marie, vive un poco en esa casa y otro poco en su departamento, y se reparte entre su negocio de lavandería y el hospital, donde tiene internada a su ex mujer con un cuadro grave y de mal pronóstico.
En este clima denso, los primeros que acusan los efectos de las tensiones son los niños. A través de sus provocaciones emergentes, el espectador irá tomando nota de la complejidad de los conflictos que se entrecruzan en esta pequeña comunidad atravesada por una sensación de desamparo.
El rasgo dominante es la tendencia a tomar decisiones irreflexivas, a veces explosivas, que llevan a los personajes a complicaciones cada vez más enrevesadas, y en su afán por liberarse de una situación opresiva, terminan metiéndose en algo peor, al no tener la capacidad de medir las consecuencias de sus actos.
El otro rasgo que también comparten todos los personajes es la angustia y la infelicidad. Todos sufren y no saben qué hacer con su sufrimiento. Casi no hay momentos de distensión en el relato y a medida que se van develando los grandes secretos que se cuecen en sordina, va aumentando la sensación de encierro, al advertir que cada uno de ellos, a su manera, con sus decisiones, va construyendo su propio aciago destino, siguiendo un modelo que sólo tiende a acumular frustraciones, las que se agravan con cada salida falsa, que no hace más que llevar a otro encierro, a otra caída.
Si bien la fuerza del afecto trata de imponerse y de alguna manera los personajes intentan superar los conflictos mediante el diálogo y la solidaridad, el relato está totalmente impregnado de tristeza y embargado de una sensación de fracaso.
Aun así, es una historia verosímil, una suerte de retrato colectivo de algunos de los males sociales de nuestros tiempos, presentado con rigor formal, con un buen manejo de los tiempos y del suspenso, manteniendo el interés del espectador ante cada nuevo giro que va tomando la trama.